JUSTIFICACIÓN SOLO POR LA FE

La doctrina de la justificación ha causado controversias tremendas en la historia de la iglesia. Fue el tema que provocó la Reforma protestante del siglo XVI, pues los reformadores mantuvieron firme su postura de sola fide, la justificación solo por la fe. Marín Lutero afirmaba que la doctrina de la justificación solo por la fe es el artículo sobre el cual la iglesia se sostiene o se cae, y Juan Calvino estaba de acuerdo con él. Ellos sostenían este punto doctrinal en ese lugar tan importante dentro de su teología porque veían que, según las Escrituras, lo que está en juego cuando se discute la justificación es nada menos que el evangelio mismo.

La doctrina de la justificación aborda el problema más grave del ser humano caído: quedar expuestos a la justicia de Dios. Dios es justo. Nosotros no lo somos. Como dice la oración de David: «Oh, SEÑOR, si tienes presente los pecados, ¿quién podrá, oh Señor, mantenerse en pie?» (Salmo 130:3). Obviamente es una pregunta retórica; nadie puede mantenerse en pie ante el escrutinio divino. Si Dios extendiera la vara de su justicia y la usara para evaluar y medir nuestra vida pereceríamos porque no somos justos ni rectos. La mayoría de nosotros piensa que si nos esforzamos en ser buenos eso será suficiente para presentarnos ante el juicio de Dios. El gran mito de la cultura popular, que ha penetrado a la iglesia, es que la gente puede ganarse el favor de Dios, aunque la Biblia claramente dice que por las obras de la ley nadie será justificado (Gálatas 2:16). Somos deudores que no podemos pagar nuestra deuda. Por eso el evangelio significa «buenas noticias». Escribiendo acerca del evangelio, Pablo expresó lo siguiente: «Porque no me avergüenzo del evangelio pues es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primero y también al griego. Porque en él la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Pero el justo vivirá por la fe» (Romanos 1:16,17). A fin de cuentas, la justificación es un pronunciamiento legal hecho por Dios. En otras palabras, la justificación puede ocurrir solo cuando Dios, quien es justo en sí mismo, se convierte en el Justificador al decretar que alguien es justo ante su presencia.

SIMULIUSTUS ET PECCATOR (Al mismo tiempo justo y pecador)

El debate del siglo XVI se trataba de si Dios espera a que las personas se hagan buenas para entonces declararlas justas o si más bien las declara justas ante sus ojos cuando todavía son pecadoras. Lutero propuso una fórmula que ha sobrevivido hasta el día de hoy. Él dijo que somos simul iustus et peccator, que significa: «al mismo tiempo justo y pecador». Lutero estaba diciendo que una persona justificada es simultáneamente justa y pecadora. Somos justos en virtud a la obra de Cristo, pero todavía no hemos sido perfeccionados, y por eso todavía pecamos.

La Iglesia Católica Romana argumenta que la doctrina de Lutero era una ficción legal. Los teólogos romanos se preguntan: ¿Cómo puede Dios declarar justo a alguien cuando todavía es pecador? Eso no sería digno de Dios. Roma más bien defiende lo que se ha llamado «justificación analítica». Ellos concuerdan en que la justificación ocurre cuando Dios declara justo a alguien; sin embargo, para Roma, Dios no declarará justa a una persona hasta que esa persona sea, de hecho, justa. Los protestantes responden que cuando Dios declara justa a una persona no hay nada de ficción en ello. Esa persona es justa ante los ojos de Dios gracias a la obra real de Cristo Jesús, que no tiene nada de ficticio.

LA CAUSA INSTRUMENTAL

Decimos que la justificación es solo por la fe, y la palabra por en esa frase era parte de la controversia del siglo XVI. Se refiere al medio por el cual algo sucede. Por lo tanto, la controversia tenía que ver con la causa instrumental de la justificación. Hoy en día no hablamos mucho sobre causas instrumentales. De hecho, ese lenguaje se remonta a la antigua Grecia cuando el filósofo Aristóteles distinguió entre los diversos tipos de causas: material, formal, final, eficaz e instrumental. Como ejemplo, Aristóteles usaba la creación de una estatua por parte de un escultor. El escultor moldea su bloque de roca. La causa material de su estatua es la materia de la cual se produce el arte, la roca misma. La causa instrumental, es decir, los medios por los cuales la roca se transforma en una estatua magnífica, son el martillo y el cincel. Este era el lenguaje que se usaba en el debate del siglo XVI.

¿INFUSIÓN O IMPUTACIÓN?

La Iglesia Católica Romana decía que la causa instrumental de la justificación es el sacramento del bautismo. El bautismo le confiere sacramentalmente a quien lo recibe la gracia de la justificación; en otras palabras, la justicia de Cristo se derrama en el alma de quien recibe el bautismo. Ese derramamiento de gracia en el alma se conoce como «infusión». De modo que Roma no cree que una persona sea justificada aparte de la gracia o la fe, pero esa justificación sucede como resultado de una infusión de la gracia por medio de la cual se hace posible la justicia humana.

Luego, según los católicos romanos, para que alguien llegue a ser justo tiene que cooperar con la gracia infundida. La persona debe dar su consentimiento a tal grado que se logre alcanzar la justicia. Mientras que la persona se cuide de no cometer pecado mortal, permanece en estado justificado. Sin embargo, según Roma, el pecado mortal es tan malo que mata la gracia justificante que esa persona poseía, así que quien comete un pecado mortal pierde la gracia de la justificación. Pero no todo está perdido. Un pecador puede ser restaurado al estado justificado por medio del sacramento de la penitencia. La Iglesia Católica Romana define este sacramento como una segunda tabla de justificación para quienes han «naufragado» en su fe. Por eso la gente va a confesarse, pues es parte del sacramento de penitencia. Cuando se confiesan los pecados se recibe la absolución, y después se deben realizar obras de satisfacción que ganan lo que en el catolicismo romano se conoce como «mérito congruente». Las obras de mérito congruente son parte integral del sacramento de la penitencia, porque estas obras de satisfacción hacen propio, o congruente, que Dios restaure al pecador a un estado de gracia. Así que la teología romana tiene dos causas de justificación: bautismo y penitencia.

En cambio, los reformadores protestantes argumentaban que la única causa instrumental de la justificación es la fe. Tan pronto como la persona recibe a Cristo por la fe, los méritos de Cristo se transfieren a la persona. En tanto que Roma afirma la justificación por infusión, la teología protestante afirma la justificación por imputación. La Iglesia Católica Romana dice que Dios declara a alguien justo solo en virtud de su cooperación con la gracia de Cristo que le ha sido infundida. Para los protestantes, el fundamento de la justificación es exclusivamente la justicia de Cristo; no la justicia de Cristo en nosotros, sino la justicia de Cristo por nosotros, la justicia que Cristo logró en su obediencia perfecta a la ley de Dios. Esta justicia, una parte fundamental de la justificación, se aplica a todo aquel que pone su confianza en Cristo. La otra parte fundamental del terreno de la justificación es la satisfacción perfecta que Cristo logró de las sanciones negativas de la ley por medio de su muerte sacrificial en la cruz.

Esto significa que somos salvos no solamente por la muerte de Jesús, sino también por su vida. Ocurre una doble transferencia, una doble imputación. Como Cordero de Dios, Cristo fue a la cruz y sufrió la ira de Dios, pero no por algún pecado que Dios haya visto en él. Él voluntariamente tomó sobre sí nuestros pecados. Se hizo el portador del pecado cuando Dios el Padre transfirió nuestros pecados a él. Esto es la imputación: una transferencia legal. Cristo asumió nuestra culpa en su propia persona; nuestra culpa le fue imputada a él. La otra transferencia ocurre cuando Dios aplica la justicia de Cristo a nosotros.

De manera que cuando Lutero dijo que la justificación es solo por la fe, se refería a que la justificación se logra solamente por Cristo, por lo que él logró para satisfacer las demandas de la justicia de Dios. La imputación involucra la transferencia de la justicia de otra persona. La infusión involucra la implantación de la justicia inherente, que ya existe en la persona.

Las causas instrumentales de la justificación, según la iglesia de Roma, son los sacramentos del bautismo y la penitencia, y para los protestantes la causa instrumental de la justificación es solo la fe. Además, la postura católica romana sobre la justificación descansa sobre el concepto de la infusión, mientras que la postura protestante descansa sobre la imputación.

¿ANALÍTICA O SINTÉTICA?

Otra diferencia es que la postura católica romana de la justificación es analítica, mientras que la postura de la Reforma es sintética. Un postulado analítico es aquel que es verdadero por definición; por ejemplo: «Un soltero es un hombre no casado». El predicado, «un hombre no casado», no añade información nueva al sujeto de la oración, «un soltero», de modo que el postulado es verdadero por definición. Sin embargo, si decimos: «El soltero es un hombre rico», hemos dicho, o predicado, algo acerca del soltero que no se encuentra en el sujeto, porque no todos los solteros son ricos. En ese caso, tenemos un postulado sintético.

La Iglesia Católica Romana dice que Dios no declara justa a la persona hasta que, bajo análisis, esa persona es justa. Los protestantes dicen que la persona es justa sintéticamente, porque tiene algo que le ha sido añadido: la justicia del Señor Jesús. Así que para el católico romano la justicia debe ser inherente, mientras que para los protestantes la justicia es extra nos, o sea, «afuera de nosotros». Hablando con propiedad, diríamos que no es nuestra. Cuenta para nosotros solo cuando nos abrazamos a Cristo por la fe.

La maravillosa buena noticia del evangelio es que no tenemos que esperar hasta que hayamos purgado todas las impurezas restantes en el purgatorio; en el momento en que ponemos nuestra confianza en Jesucristo, todo lo que él es y todo lo que él tiene se convierte en nuestro, y somos trasladados inmediatamente a un estado de reconciliación con Dios. 

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