El tema de los sacramentos es un área de la teología cristiana que ha provocado mucha controversia y en el que hay muy poco acuerdo entre los cristianos. En la actualidad todavía sigue siendo así. Como lo indica la palabra sacramento, se trata de algo que es sagrado y esa es la razón que está detrás de los debates. Las controversias tienen que ver con el modo en que se administran los sacramentos, quién puede participar y quién los puede administrar. Un debate importante es acerca del número de sacramentos. La Iglesia Católica Romana cree que hay siete sacramentos, mientras que la gran mayoría de iglesias protestantes identifica solo dos.
LA PERSPECTIVA CATÓLICA ROMANA
La Iglesia Católica Romana considera a cada uno de los sacramentos como medios de gracia. Tomás de Aquino dijo que los siete sacramentos católicos romanos preparan al participante para varias etapas de la vida. De modo que el primer sacramento es el bautismo, que se administra a infantes. Cuando se bautiza a un bebé se infunde o derrama la gracia de la justificación en el alma del bebé. Subsecuentemente, si el niño coopera con esa gracia, llegará a un estado de rectitud y será declarado justo por Dios.
Se dice que esta gracia opera ex opere operatio, que significa «por medio del obrar de las obras». Esta fórmula se aplica a todos los sacramentos en la Iglesia Católica Romana. La idea es que la gracia impartida sacramentalmente provee eficacia automática en tanto que por parte del receptor no exista algo que lo impida.
El bautismo es el comienzo del camino. En el bautismo, el receptor recibe no solamente una infusión de la gracia sino también una marca indeleble en el alma, el carácter indelebilis (indeleble). Esta marca espiritual está tan grabada en el niño bautizado que incluso si él o ella luego pierden la gracia ganada en el sacramento, no vuelven a ser rebautizados. El bautismo original marca su alma de manera suficiente.
El segundo sacramento en el sistema católico romano es la confirmación, que es cuando se confirma la gracia recibida en el bautismo. Este sacramento ocurre en la transición entre la niñez y la edad adulta. Refleja el concepto de bar mitzvah en el judaismo, cuando un muchacho se convierte en hombre, responsable ahora de cumplir la ley por sí mismo.
También está el sacramento de la penitencia, que se define como «la segunda tabla» de justificación para quienes han «naufragado» en su alma. La gracia salvífica conferida en el bautismo puede perderse cuando se comete pecado mortal, pero el pecador puede ser restaurado a un estado de gracia por medio de la confesión y penitencia. Esta es la segunda fuente sacramental de gracia justificante. De nuevo, se supone que la gracia de Cristo es infundida en el alma, dándole al individuo una oportunidad de ser restaurado de nuevo al estado de justificación.
El matrimonio también es un sacramento en la Iglesia Católica Romana. Por supuesto, no todos reciben el sacramento del matrimonio porque no todos se casan. Sin embargo, cuando dos personas entran en la sagrada unión del matrimonio, esa unión es bendecida por la iglesia y se administra nueva gracia sacramentalmente a la pareja para proveerles la fuerza necesaria para crecer en la unión marital.
El sacramento de las santas órdenes corresponde en otras denominaciones a la ordenación. Cuando un hombre es elevado al sacerdocio recibe el sacramento de las santas órdenes por medio del cual es autorizado para administrar la gracia a los demás por medio de los sacramentos. Sin recibir la gracia de las santas órdenes no se tiene el poder de ofrecer la oración de consagración por medio de la cual los elementos del pan y el vino se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo durante la misa católica romana.
También en la Iglesia Católica Romana está el sacramento de ungir a los enfermos, también llamado los santos óleos o extremaunción. Está diseñado para impartir gracia a alguien a punto de morir para prepararle a presentarse ante el juicio de Dios. Originalmente, ungir a los enfermos se basaba en la instrucción de Santiago en su epístola: «¿Está enfermo alguno de ustedes? Que llame a los ancianos de la iglesia y que oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe dará salud al enfermo, y el Señor lo levantará» (5:14, 15). Originalmente este era un rito de sanidad en la iglesia pero, al ir pasando el tiempo, se desarrolló en un rito para sanar el alma que estaba dejando este mundo.
El sacramento considerado el más importante en la doctrina católica romana es la Eucaristía o Cena del Señor, en la que gracia santificadora y el poder de nutrición espiritual de Cristo son comunicados de nuevo a quienes reciben este sacramento.
LA PERSPECTIVA PROTESTANTE
Uno de los escritos más incendiarios de la Reforma protestante fue el folleto de Martín Lutero, La cautividad babilónica de la iglesia. En ese escrito, Lutero atacó el sistema romano de los sacramentos llamándolo «sacerdotalismo», la creencia de que la salvación se comunica por medio de un sacerdocio. Lutero objetó vigorosamente contra el sistema sacramental de la Iglesia Católica Romana, que se había desarrollado al grado de comenzar a usurpar la importancia central de la Palabra de Dios.
En cambio, los reformadores trataron de reconstituir un balance apropiado entre Palabra y sacramento, creyendo que los dos deben ser distinguidos pero nunca separados; es decir, que los sacramentos nunca deben ser administrados sin la predicación de la Palabra. Por ejemplo, en la iglesia donde yo predico no se me permite celebrar la Cena del Señor sin ofrecer también una proclamación de la Palabra de Dios. Los reformadores también estaban preocupados por quienes querían deshacerse totalmente de los sacramentos. Algunos estaban tan radicalmente opuestos al sistema sacramental romano que pensaban que la Palabra debería sostenerse sola sin el sacramento. Los reformadores insistían que Cristo mismo había instituido y autorizado los sacramentos y, por lo tanto, no debían ser abandonados.
A diferencia de la iglesia romana, los reformadores enfatizaron dos sacramentos: el bautismo y la Cena del Señor. En la opinión de los reformadores, estos ritos son sacramentos porque fueron instituidos explícitamente por Cristo. Jesús claramente instituyó la celebración de la Cena del Señor en la última cena con sus discípulos (Mateo 26:26-29) y, en la Gran Comisión, mandó a sus discípulos a bautizar a quienes entren a la fe cristiana (28:19). Los reformadores opinaban que el resto de los sacramentos romanos eran ordenanzas especiales de la iglesia que no tenían esta marca explícita de haber sido instituidos por Cristo.
Los reformadores también rechazaron la fórmula ex opere operatio, y adoptaron la idea de ex opere operantis, que significa «por medio del obrador de la obra». Esta simple diferencia en el latín tiene que ver con la eficacia o los beneficios que fluyen de los sacramentos; estos son eficaces solo para quienes los reciben en y por la fe. Así, por ejemplo, aunque los bebés reciban el sacramento del bautismo, los beneficios prometidos por ese sacramento no ocurren automáticamente. El bautismo no es lo que salva, sino que somos justificados por la fe. Cuando se tiene fe, entonces se recibe todo lo que se comunica por medio del signo y el sello del bautismo. Del mismo modo, cuando alguien llega a la celebración de la Cena del Señor sin fe, corre el riesgo de recibir el juicio de Cristo, según la advertencia de Pablo en 1 Corintios 11:27-32. El tema central para los reformadores no era la validez sino la eficacia de los sacramentos, que estaba inextricablemente ligada a la presencia de la fe genuina.
SIGNOS Y SELLOS
Se considera que los sacramentos son signos y sellos. En un sentido, el carácter de signo del sacramento es la Palabra dramatizada, algo que vemos que Dios hace frecuentemente en el Antiguo Testamento. Los profetas de Dios no solo hablaban las palabras de Dios. A veces las dramatizaban, incluso de formas muy extrañas. Además, Dios instituyó prácticas y ceremonias que contenían importancia simbólica, como la circuncisión y la Pascua. Estas funcionaban como signos visibles y externos de operaciones divinas invisibles y trascendentes. Los seres humanos se comunican de la misma manera. No solamente hablamos palabras; usamos gestos, movemos las manos y todo el cuerpo cuando hablamos. Nuestras palabras reciben el énfasis de nuestras acciones corporales. Los sacramentos operan de la misma manera. Dios se comunica con nuestros sentidos por medio de la dramatización de su Palabra en estos signos visibles: los sacramentos.
Los sacramentos también son sellos. En el mundo antiguo se usaba un sello para garantizar la autenticidad de la palabra de alguien. Si un rey emitía un decreto, imprimía el sello de su anillo en cera caliente sobre el edicto verificando así que venía de él. Al hacerlo comunicaba la autoridad que sostenía el decreto. Del mismo modo, los sacramentos representan el sello de Dios en sus promesas de redención. Son sus garantías visibles para todo el que cree que recibirá los beneficios que se nos han ofrecido en Cristo.
Fuente: TODOS SOMOS TEOLOGOS Una introducción a LA TEOLOGÍA SISTEMÁTICA, R.C. Sproul, Editorial el Mundo Hispano, El Paso, TX, 2015.