El bautismo es un sacramento que fue claramente establecido por Jesucristo. Él dio la orden: «Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que les he mandado. Y he aquí, yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:19, 20).
Sin embargo, hay diferencias agudas entre distintos grupos de cristianos acerca del bautismo. Por ejemplo, muchas comunidades cristianas bautizan solo adultos que han hecho una profesión de fe, mientras que otras bautizan bebés al poco tiempo de haber nacido. En vista de esta y otras diferencias de opinión, ¿cómo debemos entender este importante rito cristiano?
EL BAUTISMO DE JUAN
Muchos piensan que el bautismo lo inició Juan el Bautista, pero el bautismo de Juan y lo que celebramos según el Nuevo Testamento en la comunidad cristiana no son idénticos. El bautismo que Juan instituyó se dirigía específicamente a la nación judía y fue iniciado desde el Antiguo Testamento.
Dios había prometido durante siglos la venida del Mesías. Así que cuando el Salvador estaba a punto de hacer su entrada al mundo, según lo predijo el Antiguo Testamento, Dios envió un profeta venido del desierto para preparar su venida. Juan fue ese profeta, y vino a proclamar la venida del Mesías a un pueblo que no estaba preparado.
Durante el período entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento surgió una práctica en el judaismo llamada «bautismo de prosélitos». Era un rito de purificación para los gentiles, un baño que simbolizaba la purificación de gente que se consideraba impura. Si un gentil quería hacerse judío debía hacer tres cosas. Tenía que hacer una profesión de fe en el judaismo. Luego, si era varón, tenía que ser circuncidado. Finalmente, tenía que pasar por el rito de bautismo de prosélitos porque se consideraba que era ceremonialmente impuro.
Juan el Bautista escandalizó a muchos cuando declaró que los judíos necesitaban ser purificados de la misma manera. No solo eran los gentiles los que necesitaban arrepentirse y prepararse para la venida del Mesías; los judíos también debían prepararse. Por eso Juan clamaba al pueblo judío: «¡Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado!» (Mateo 3:2). Los fariseos se indignaron por el mensaje de Juan ya que ellos encontraban su seguridad en el antiguo pacto.
Cuando vino Jesús, instituyó un nuevo pacto y una nueva señal del pacto. En el Antiguo Testamento, Dios ratificaba sus pactos con señales. La señal del pacto que Dios hizo con Noé fue el arco iris, significando que Dios nunca destruiría al mundo con agua otra vez. Cuando Dios entró en pacto con Abraham y su descendencia, lo estableció con la señal de la circuncisión. En ese tiempo, la circuncisión se convirtió en la señal de la promesa de Dios.
Con el tiempo muchos, incluyendo a los fariseos, llegaron a creer que la circuncisión era el medio de salvación. Pablo argumentó contra esta postura en su epístola a los Romanos: «Porque no es judío el que lo es en lo visible, ni es la circuncisión la visible en la carne sino, más bien, es judío el que lo es en lo íntimo, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu y no en la letra. La alabanza del tal no proviene de los hombres sino de Dios» (2:28, 29).
Pablo añade que, aunque la señal de la circuncisión no salva, la señal no queda sin significado. La circuncisión significó la promesa del pacto de Dios a todo aquel que ponga su confianza en Dios. La circuncisión ilustraba la validez de la promesa de Dios, pero la promesa de Dios se cumpliría solo por medio de la fe.
La circuncisión no era la señal del nuevo pacto. Este es el punto que Pablo disputaba con los judaizantes, quienes insistían que todos los varones convertidos al cristianismo debían ser circuncidados. Pablo quería que los judaizantes entendieran que la circuncisión no solo era una señal de la promesa del pacto sino también de su maldición. Todos los que fallaban en su intento de cumplir los términos del antiguo pacto eran destituidos de la presencia de Dios. Sin embargo, en la cruz Cristo cumplió la maldición. Por lo tanto, quienes están bajo el nuevo pacto e insisten en la circuncisión están retrocediendo a los términos del antiguo pacto.
EL BAUTISMO DE JESÚS
Entonces la señal del nuevo pacto no es el bautismo de Juan; es el bautismo de Jesús. Jesús tomó el rito de purificación y lo identificó no con Israel sino con su nuevo pacto. Como resultado el bautismo reemplazó a la circuncisión como el signo externo de inclusión en la comunidad del nuevo pacto. Quienes están bautizados no son necesariamente salvos; sin embargo, tienen la promesa de Dios de que todos los beneficios de Cristo son suyos cuando lleguen a creer.
Martín Lutero en ocasiones se sentía atacado por el diablo. Cuando le pasaba eso, él decía en voz alta: «¡Apártate de mí! ¡Estoy bautizado!». En otras palabras, Lutero se afianzaba por fe en las promesas de Dios que son comunicadas a su pueblo por medio de esta señal del pacto. Ese es el significado del bautismo; es una palabra dramatizada. Es la palabra de promesa de Dios a todo aquel que cree. Pablo escribió:
Miren que nadie los lleve cautivos por medio de filosofías y vanas sutilezas, conforme a la tradición de hombres, conforme a los principios elementales del mundo, y no conforme a Cristo. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad; y ustedes están completos en él, quien es la cabeza de todo principado y autoridad.
En él también ustedes fueron circuncidados con una circuncisión no hecha con manos, al despojarlos del cuerpo pecaminoso carnal mediante la circuncisión que viene de Cristo. Fueron sepultados juntamente con él en el bautismo, en el cual también fueron resucitados juntamente con él por medio de la fe en el poder de Dios que lo levantó de entre los muertos (Colosenses 2:8-12).
Aquí Pablo habla de la circuncisión no hecha con manos; él ve una relación directa entre la circuncisión del Antiguo Testamento y el bautismo del Nuevo Testamento.
El bautismo es una señal de nuestra regeneración, señal de que hemos sido resucitados de una muerte espiritual y hechos nuevas criaturas. La señal misma no logra eso; simplemente apunta a lo que sí lo logra: el Espíritu Santo. Así como somos bautizados con agua, Dios promete bautizar con su Espíritu Santo a quienes están en Cristo. Además, el bautismo indica nuestra participación en la muerte y la resurrección de Cristo. En un sentido muy real morimos con Cristo en la cruz porque fueron nuestros pecados los que él llevó ahí.
Pablo enfatiza que somos llamados a participar en el sufrimiento de Cristo, no para ganar méritos sino para identificarnos con nuestro Señor crucificado al participar voluntariamente en su humillación. Eso también se simboliza en el bautismo. Pablo escribió que a menos que estemos dispuestos a participar en las aflicciones de Cristo no participaremos en su exaltación. Cristo prometió que sus discípulos fieles serían perseguidos (Lucas 21:16,17). Su pueblo tendrá que sufrir de esa forma, pero esas aflicciones no son comparables con la gloria que Dios tiene preparada para su pueblo en el cielo (Romanos 8:18). El bautismo significa nuestra participación en la muerte de Cristo, en su resurrección, en su sufrimiento, en su humillación y en su exaltación.
UNA PROMESA SIGNIFICATIVA
Algunas iglesias argumentan que solo los adultos que hacen una profesión consciente de fe pueden ser bautizados. Sin embargo, históricamente, la mayoría ha creído que, así como la promesa del pacto del Antiguo Testamento le fue dada a Abraham y a su descendencia, la promesa del pacto del Nuevo Testamento les ha sido dada a los creyentes y a su descendencia; y así como la señal del antiguo pacto les fue dada a los creyentes y a sus hijos, la señal del nuevo pacto les es dada a los creyentes y a sus hijos. Así como el bautismo es una señal de fe, también la circuncisión era una señal de fe, y no podemos argumentar que una señal de fe no puede darse a nuestros hijos. El punto principal es que ni la circuncisión ni el bautismo confieren la fe. Lo que confieren es la promesa de Dios a todo aquel que cree.
Juan Calvino sostenía que la eficacia del sacramento nunca está atada al momento en que es dado; la salvación puede venir antes, durante o después de la administración de la señal, como también así fue en el caso de la circuncisión. La validez del bautismo no reside ni en quien lo recibe ni en quien lo administra. Reside más bien en el carácter de Aquel cuya promesa es significada por el bautismo.
Fuente: TODOS SOMOS TEOLOGOS Una introducción a LA TEOLOGÍA SISTEMÁTICA, R.C. Sproul, Editorial el Mundo Hispano, El Paso, TX, 2015.