EL LLAMADO EFICAZ

Cuando tratamos el tema de la predestinación o elección y la soberanía de la gracia de Dios, debemos enfrentarnos con la cuestión de qué es lo que Dios hace cuando interviene en la vida para traer a un ser humano hacia la fe. La escuela calvinista o agustiniana dice que la elección es totalmente una actividad soberana de Dios, mientras que la escuela arminiana o semipelagiana observa una acción cooperativa entre el ser humano y Dios. Ambos lados (calvinismo y arminianismo) concuerdan en que la gracia es absolutamente necesaria para la salvación. Sin embargo, difieren en el grado en que esa gracia es necesaria. Cuando un pecador cambia su rumbo de muerte espiritual a vida espiritual, ¿se logra ese paso por el monergismo o por el sinergismo? La controversia entre calvinismo y arminianismo, o entre el agustinianismo y el semipelagianismo se resume en estas dos palabras y su significado.

MONERGISMO, NO SINERGISMO

La palabra monergismo contiene el prefijo mon-, que significa «uno», y la palabra ergon, que significa «trabajo», así que monergismo indica que solo uno es el que hace el trabajo. Sinergismo contiene el prefijo sin-, que significa «con», así que sinergismo tiene que ver con cooperación, con dos o más personas trabajando juntas. Tomás de Aquino formuló la pregunta de esta manera: ¿Es la gracia de la regeneración operativa o cooperativa? En otras palabras, cuando el Espíritu Santo regenera a un pecador, ¿contribuye solo con una parte del poder para que el pecador añada algo de su propia energía o poder para lograr el efecto deseado, o la regeneración es una obra unilateral de Dios? Para ponerlo de otra forma: ¿Actúa Dios solo para cambiar el corazón de un pecador, o ese cambio en el corazón depende de la voluntad del pecador para cambiar?

Pablo escribe:

En cuanto a ustedes, estaban muertos en sus delitos y pecados, en los cuales anduvieron en otro tiempo conforme a la corriente de este mundo y al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora actúa en los hijos de desobediencia.

En otro tiempo todos nosotros vivimos entre ellos en las pasiones de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de la mente; y por naturaleza éramos hijos de ira, como los demás (Efesios 2:1-3).

En este pasaje, Pablo estaba recordándoles a los creyentes en Éfeso cómo eran antes de Cristo. Ellos estaban muertos, espiritualmente muertos. Los muertos no cooperan. Leemos en el Evangelio de Juan que Lázaro había estado muerto cuatro días antes que Jesús llegara. El único poder en el universo que podía traer ese cadáver fuera de la tumba era el poder de Dios. Cristo no invitó a Lázaro a salir de la tumba; no esperó a que Lázaro cooperara. Él dijo: «¡Lázaro, ven fuera!», y solo por el poder de ese imperativo el que estaba muerto salió vivo (Juan 11:43). Lázaro cooperó al caminar fuera de su tumba, pero no hubo cooperación en su transición de la muerte a la vida.

De manera similar, Pablo dice en Efesios que estamos en un estado de muerte espiritual. Por naturaleza somos hijos de ira y, según el Señor Jesús, nadie puede venir a él a menos que el Padre lo traiga (Juan 6:44).

Pablo continúa:

Pero Dios, quien es rico en misericordia, a causa de su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en delitos, nos dio vida juntamente con Cristo. ¡Por gracia son salvos! Y juntamente con Cristo Jesús, nos resucitó y nos hizo sentar en los lugares celestiales para mostrar en las edades venideras las superabundantes riquezas de su gracia, por su bondad hacia nosotros en Cristo Jesús (Efesios 2:4-7).

En nuestra carne no podemos hacer nada; si dependiera de nosotros, nunca escogeríamos las cosas de Dios. Mientras nosotros estamos en ese estado de muerte espiritual, caminando según el curso de este mundo y obedeciendo los deseos de nuestra carne, Dios nos da vida. Después que Dios nos da vida, extendemos nuestras manos en acto de fe, pero el primer paso es algo que solamente Dios hace. No nos susurra al oído: «¿Quisieras por favor cooperar conmigo?». Más bien, por medio de su Espíritu Santo interviene para cambiar la disposición del corazón que está muerto espiritualmente.

Desde el párrafo inicial de la carta a los Efesios, en donde se describe la dulzura de la predestinación, hasta este punto, en donde se muestran las exuberantes riquezas de la gracia de Dios en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús, hay constantes alabanzas a la gracia de Dios. Luego dice de nuevo: «Porque por gracia son salvos por medio de la fe; y esto no de ustedes pues es don de Dios. No es por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para hacer las buenas obras que Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas» (2:8-10).

DOBLE PREDESTINACIÓN

Pablo escribe que por gracia somos salvos por medio de la fe: «…y esto no de ustedes». Gramaticalmente, el antecedente de «esto» incluye la palabra «fe». Somos justificados por medio de la fe, pero incluso la fe que tenemos no es algo que generamos. No proviene de nuestra naturaleza caída; es resultado de la actividad creativa de Dios, y esto es lo que los teólogos reformados quieren decir cuando hablan de regeneración monergista. Dios interviene en el corazón de los elegidos y cambia la disposición de su alma. Dios crea fe en corazones que no la tienen.

Para el semipelagianismo la idea de la regeneración monergista es repugnante, pues se dice que el Espíritu Santo no puede venir de manera unilateral y cambiar el corazón de la gente contra su voluntad. El problema es que la voluntad humana en todo tiempo y en todo lugar está opuesta a Dios, así que la única forma en que alguien va a elegir a Cristo voluntariamente es si Dios interviene para hacerle dispuesto, por medio de la re-creación de su alma. Dios levanta a las personas de su muerte espiritual y les da vida para que no solo puedan elegir a Cristo sino que también lo hagan voluntariamente. Lo que subyace a la regeneración es el cambio de corazón, por medio del cual el reacio se hace dispuesto por el Espíritu de Dios. En la regeneración, quienes han odiado las cosas de Dios reciben una disposición totalmente nueva, un nuevo corazón. Esto es exactamente lo que Jesús dijo: a menos que alguien nazca de nuevo, no puede ver el reino de Dios, mucho menos entrar en él (Juan 3:1-5).

El distintivo básico entre la teología reformada y la no reformada es el orden de la salvación con respecto a la fe y la regeneración. Casi todos los cristianos evangélicos creen que la fe viene antes de la regeneración. En otras palabras, para nacer de nuevo, uno tiene que creer. Uno tiene que elegir a Cristo antes de que pueda ocurrir el nuevo nacimiento. Si así fuera, no tendríamos absolutamente nada de esperanza de salvación, porque una persona muerta espiritualmente, en enemistad con Dios, no puede elegir a Cristo. Tampoco podemos cambiar el corazón de la gente por medio de la evangelización. Podemos presentar el evangelio; podemos argumentar y tratar de persuadir y convencer. Pero solo Dios puede cambiar el corazón. Ya que solo Dios tiene el poder de cambiar la naturaleza del alma humana, tenemos que decir que la regeneración precede a la fe. Esta es la esencia de la teología reformada. El Espíritu Santo cambia la disposición del alma antes que esa alma llegue a la fe.

¿Significa esto que Dios es quien cree por medio de nosotros? No. Somos nosotros los que realizamos el acto de creer. ¿Elegimos a Cristo? Sí, elegimos a Cristo. Respondemos. Nuestra voluntad es transformada de manera que aquello que una vez odiamos, ahora lo amamos y corremos hacia el Hijo. Dios nos da el don de desearlo en nuestra alma. Decir que el hombre natural está buscando desesperadamente tratando de encontrar a Dios y que Dios no le dejará entrar porque no está en su lista es una distorsión de la enseñanza bíblica. Nadie trata de venir a Cristo si no es por la gracia especial de Dios.

Ambos lados del debate concuerdan en que la gracia es una condición necesaria. El punto de desacuerdo es sobre el monergismo y el sinergismo, si la gracia de regeneración es eficaz o —para decirlo en un lenguaje más popular— irresistible. Quienes dicen que tenemos el poder de rechazarla se enredan en una teología sin esperanza. No toma en serio la posición bíblica del carácter radical de la caída de la humanidad. Simplemente somos incapaces de convertirnos a nosotros mismos, aun de cooperar con Dios para nuestra conversión. Cualquier cooperación presupone que ha habido un cambio, porque hasta que ese cambio ocurra, nadie coopera. Quienes creen que el ser humano coopera en la regeneración sostienen una forma de justicia por las obras. ¿Cómo podría ser de otra manera, si alguien puede entrar simplemente dando la respuesta «correcta»? Esta es una negación del evangelio. No hay rectitud humana alguna en la obra de regeneración.

LA CADENA DE ORO

La teología se refiere a la «cadena de oro» de la salvación:

Y sabemos que Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que le aman; esto es, a los que son llamados conforme a su propósito. Sabemos que a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo a fin de que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó (Romanos 8:28-30).

Hay una cadena, una secuencia, que comienza con el preconocimiento. Luego siguen la predestinación, el llamado, la justificación y la glorificación. Aquí hay una declaración elíptica, algo que se asume pero no se escribe. Es la palabra todos. A todos los que Dios ha preconocido, también los ha predestinado, a todos los que ha predestinado los ha llamado, a todos los que ha llamado los ha justificado, y todos los que ha justificado son glorificados.

Algunos indican que el preconocimiento precede a todos los otros puntos de la cadena de oro, y por eso sostienen la posición de la presciencia en la elección. Pero la predestinación, sin importar la posición que tengas, tiene que comenzar con preconocimiento porque Dios no puede predestinar a alguien que no conoce de antemano. Esto hace necesario que la cadena comience con el preconocimiento. Y todos los que son preconocidos son predestinados, y todos los predestinados son llamados. Pablo no tiene en mente aquí a todos los seres humanos del mundo, sino solo a los predestinados, que son preconocidos y también llamados.

El punto es que todos los llamados son justificados, lo cual significa que todos los que son llamados reciben fe. O sea que este texto no puede referirse a lo que los teólogos denominan «el llamado externo del evangelio», que está dirigido a todos. Este texto se refiere al llamado interno, el llamado operativo, esa obra del Espíritu Santo que cambia eficazmente el corazón. El llamado eficaz del Espíritu Santo hace que suceda en nuestro corazón lo que Dios se propuso hacer desde la fundación del mundo. Todos los que han sido predestinados son llamados eficazmente por el Espíritu Santo; todos los que son llamados por el Espíritu Santo son justificados; y todos los que son justificados son glorificados. Si aplicáramos categorías arminianas a esta cadena de oro, tendríamos que decir que algunos de los preconocidos son predestinados; algunos de los predestinados son llamados; algunos de los llamados son justificados; y algunos de los justificados son glorificados. En ese caso, todo el texto perdería su significado. 

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