ATRIBUTOS INCOMUNICABLES DE DIOS

Cuando voy al banco a cambiar un cheque, el cajero me pide alguna forma de identificación. Normalmente abro mi billetera y le muestro mi licencia de conducir. Un lado de la licencia dice mi color de ojos y de cabello, y mi edad. Estas características definen parte de mis atributos humanos.

En el estudio de la doctrina de Dios, una preocupación primordial es desarrollar el entendimiento de los atributos de Dios. Observamos características específicas de Dios, como su santidad, su inmutabilidad y su infinitud, para así lograr un entendimiento coherente sobre quién es él.

UNA DISTINCIÓN

Para comenzar, debemos hacer la distinción entre los atributos comunicables de Dios y sus atributos incomunicables. Un atributo comunicable es el que puede ser transferido de una persona a otra. Por ejemplo, el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades en Atlanta, Estados Unidos de América, estudia las enfermedades contagiosas. Esas enfermedades también se conocen como comunicables porque fácilmente se transmiten de una persona a otra. De la misma manera, los atributos comunicables de Dios son aquellos que pueden ser transferidos a sus criaturas.

En cambio, un atributo incomunicable es aquel que no puede ser transferido. Por lo tanto, los atributos incomunicables de Dios no pueden ser atributos de los seres humanos. Incluso Dios no puede comunicar ciertas características de su ser a las criaturas que ha hecho. Algunas veces se les pregunta a los teólogos si es posible que Dios cree a otro dios, y la respuesta es no. Si Dios fuera a crear a otro dios, el resultado sería una criatura, la cual, por definición, carecería de los atributos necesarios que describen a Dios, como su independencia, eternidad e inmutabilidad.

Al examinar la distinción entre atributos comunicables e incomunicables de Dios es importante notar que Dios es un ser simple; en otras palabras, Dios no está compuesto de partes. Nosotros tenemos partes corporales distintivas: dedos, intestinos, pulmones, etc. Dios es un ser sencillo en el sentido de que no es complejo. En lenguaje teológico, Dios es sus atributos.

La sencillez de Dios también significa que sus atributos se definen mutuamente. Decimos, por ejemplo, que Dios es santo, justo, inmutable y omnipotente, pero su omnipotencia siempre es una omnipotencia santa, justa e inmutable. Todos los rasgos de carácter que podemos identificar en Dios también definen su omnipotencia. Por lo mismo, la eternidad de Dios es una eternidad omnipotente y su santidad es una santidad omnipotente. Dios no es una porción santidad, otra porción omnipotencia y otra porción inmutabilidad. Dios es completamente santo, completamente omnipotente y completamente inmutable.

La distinción entre los atributos comunicables e incomunicables es importante porque nos ayuda a entender claramente la diferencia entre Dios y cualquier criatura. Ningún ser creado puede llegar a poseer un atributo incomunicable del Dios todopoderoso.

ASEIDAD

La principal diferencia entre Dios y todos los otros seres está en el hecho de que las criaturas son derivadas, condicionadas y dependientes. Sin embargo, Dios no es dependiente. Dios tiene el poder de ser en sí; no lo obtiene de nadie más. Este atributo se conoce como la aseidad de Dios, proveniente del latín a sei, que significa «de uno mismo».

La Biblia nos dice que en Dios «vivimos, y nos movemos y somos» (Hechos 17:28), pero en ningún lugar se nos dice que Dios obtenga su ser del ser humano. Dios nunca nos ha necesitado para sobrevivir o para ser, pero nosotros no podemos sobrevivir ni un instante sin el poder de su ser sosteniendo nuestro ser. Dios nos creó, lo cual significa que desde nuestro primer aliento dependemos de él para nuestra propia existencia. Lo que Dios crea también lo sostiene y preserva, así que somos dependientes de él para continuar existiendo tanto como lo fuimos para comenzar a existir. Esta es la diferencia suprema entre Dios y nosotros; Dios no tiene esa dependencia de nada ni de nadie fuera de sí mismo.

John Stuart Mili presentó en un ensayo la refutación del argumento cosmológico clásico para probar la existencia de Dios. Este argumento sostiene que todo efecto debe tener una causa, y la causa última es Dios mismo. Mili decía que si todo tiene que tener una causa, entonces Dios tenía que tener una causa, así que al llevar ese argumento hasta el final, no podemos detenernos con Dios sino que debemos preguntarnos quién originó a Dios. Bertrand Russell había estado convencido del argumento cosmológico hasta que leyó el ensayo de Mili. El argumento que presentó Mili fue como una revelación para Russell, y este lo usó en su libro Why I Am Not a Christian (Por qué no soy cristiano).

Sin embargo, Mili estaba equivocado. Su idea se basaba en un entendimiento falso de la ley de causalidad. Esta ley afirma que todo efecto debe tener una causa, no que todo lo que es debe tener una causa. Lo único que requiere una causa es un efecto, y un efecto requiere una causa por definición porque eso es lo que es un efecto, algo causado por otra cosa. Pero, ¿requiere Dios una causa? No, porque Dios tiene su ser en y de sí mismo; Dios es eterno y autoexistente.

Un muchacho muy inquisitivo dio un paseo por el bosque con su amigo y preguntó:

—¿De dónde salió ese árbol?

Su amigo respondió:

—Dios hizo ese árbol.

— ¡Ah, bueno! ¿Y de dónde salieron esas flores?

—Dios hizo esas flores.

—Bien. ¿Y de dónde saliste tú?

— Dios me hizo.

—Muy bien. ¿Y de dónde salió Dios?

El amigo dijo:

—Dios se hizo a sí mismo.

El amigo estaba tratando de ser profundo, pero estaba profundamente equivocado, porque incluso Dios no puede hacerse a sí mismo. Para que Dios se haya hecho a sí mismo habría tenido que ser antes de ser, lo cual es imposible. Dios no es autocreado; Dios es autoexistente.

La aseidad de Dios es lo que define la supremacía del Ser Supremo. Los seres humanos somos frágiles. Unos pocos días sin agua o unos pocos minutos sin oxígeno, y morimos. Del mismo modo, la vida humana es susceptible a toda clase de enfermedades que pueden destruirla. Pero Dios no puede morir. Dios no depende de nada para ser. Dios tiene el poder de ser en sí mismo, lo cual es algo que carecemos los humanos. Deseamos tener ese poder para seguir viviendo por siempre, pero no lo tenemos. Somos seres dependientes. Dios, y solo Dios, posee aseidad.

La razón nos demanda insistentemente un ser que posea aseidad; sin ella, nada podría existir en este mundo. Nunca pudo haber habido un tiempo cuando nada existió, porque si llegó a existir ese tiempo, nada podría existir ahora. Quienes quitan a Dios de su idea del origen del universo están pensando en términos de autocreación, lo cual es algo sin sentido, porque ninguna cosa puede crearse a sí misma. El hecho de que haya algo ahora significa que siempre ha existido el ser.

Una hoja del pasto proclama la aseidad de Dios. La aseidad no está en el pasto mismo. Aseidad es un atributo incomunicable. Dios no puede impartir su eternidad a una criatura, porque todo lo que tiene comienzo en el tiempo es por definición no eterno. Se nos puede dar vida eterna hacia el futuro, pero no de manera retroactiva. No somos criaturas eternas. La eternidad como tal es un atributo incomunicable. La inmutabilidad de Dios está ligada con su aseidad porque Dios eternamente es lo que él es y quien Dios es. Su ser es incapaz de mutación o cambio. Nosotros, como criaturas, somos mutables y finitos. Dios no pudo haber creado otro ser infinito porque solo puede haber un ser infinito.

DIGNO DE ALABANZA

Los atributos incomunicables de Dios señalan la forma en la que Dios es diferente a nosotros y la manera en la que él nos trasciende. Sus atributos incomunicables revelan por qué le debemos la gloria, el honor y la alabanza. Nosotros les damos premios y reconocimientos a personas que han sido excelentes por un momento y de quienes luego no volvemos a saber más. Pero aquel que tiene el poder de ser en sí eternamente, de quien todos somos absolutamente dependientes y al que debemos nuestra gratitud eterna por cada bocanada de aire que tomamos, Dios, no recibe de sus criaturas el honor y la gloria que merece recibir tan ricamente. Aquel que es supremo merece la obediencia y la adoración de todas las criaturas que ha hecho. 

Fuente: TODOS SOMOS TEOLOGOS Una introducción a LA TEOLOGÍA SISTEMÁTICA, R.C. Sproul, Editorial el Mundo Hispano, El Paso, TX, 2015, Pagina 71-75

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