LA PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS

¿Puede perder su salvación alguien realmente convertido? Me hacen esa pregunta con frecuencia casi siempre personas que observan cómo los jóvenes renuncian a la fe en la que fueron educados desde pequeños. Sin embargo, quienes tienen fe verdadera no la pueden perder jamás; los que pierden su fe nunca la tuvieron. Como escribió el apóstol Juan: «Salieron de entre nosotros pero no eran de nosotros; porque si hubieran sido de nosotros habrían permanecido con nosotros. Pero salieron para que fuera evidente que no todos eran de nosotros» (1 Juan 2:19).

Hay quienes hacen una profesión de fe y llegan a estar inmersos profundamente en la vida de la iglesia o en alguna organización cristiana, solo para luego dejar la iglesia y repudiar la fe que profesaron. Es fácil convertirse a las instituciones pero no tener una conversión genuina a Cristo. Hay ministerios que tienen habilidad para hacer que el cristianismo parezca atractivo para que la gente pueda entrar en grandes cantidades, pero esas personas que entran lo han hecho sin siquiera tener que lidiar con Cristo o con su pecado. Jesús enseñó una parábola que se relaciona directamente con este fenómeno:

He aquí un sembrador salió a sembrar. Mientras él sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la devoraron. Y otra parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó rápidamente, porque la tierra no era profunda. Pero cuando salió el sol, se quemó y, porque no tenía raíz, se secó. Y otra parte cayó entre los espinos. Los espinos crecieron y la ahogaron. Y otra parte cayó en buena tierra y dio fruto, una a ciento, otra a sesenta y otra a treinta por uno (Mateo 13:3-8).

El punto de la parábola es que solo la semilla sembrada en buena tierra durará, y esa buena tierra es el alma transformada que ha sido regenerada por el Espíritu Santo.

DOS PERSPECTIVAS

La doctrina de la perseverancia de los santos se refiere directamente a la cuestión de si los cristianos pueden perder su salvación. La respuesta que da la Iglesia Católica Romana es que sí. Los teólogos romanos sostienen que las personas pueden perder su salvación si cometen pecados mortales, lo cual, como observamos en un capítulo anterior, es un pecado que mata o destruye la gracia justificante en el alma, y hace necesario que el pecador sea justificado de nuevo por medio del sacramento de la penitencia. Si el pecador no es justificado de nuevo, él o ella puede perder su salvación e ir al infierno. Muchos semipelagianos también creen que es posible perder la salvación.

Los reformados creen en la perseverancia de los santos como una deducción lógica de la doctrina de la elección. Si Dios elige a su pueblo desde la eternidad, ciertamente los elegidos permanecerán así para siempre. Sin embargo, aunque la doctrina de la perseverancia de los santos es un corolario de la doctrina de la elección, es peligroso construir una doctrina solo basada en inferencias lógicas o conclusiones provenientes de otra doctrina.

Pablo escribió a los filipenses:

Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de ustedes, siempre intercediendo con gozo por todos ustedes en cada oración mía, a causa de su participación en el evangelio desde el primer día hasta ahora; estando convencido de esto: que el que en ustedes comenzó la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús (Filipenses 1:3-6). 

Aquí Pablo expresa su confianza apostólica de que lo que Cristo ha comenzado lo terminará. Se llama a Cristo «el autor y consumador de la fe» (Hebreos 12:2). Somos hechura de Cristo, y cuando Cristo hace a una persona de acuerdo a su propia imagen no tiene por qué descartar el producto final.

¿SE PUEDE PERDER LA SALVACIÓN?

Sin embargo, hay pasajes en las Escrituras que parecen indicar que la salvación puede perderse. Pablo mismo dice: «Más bien, pongo mi cuerpo bajo disciplina y lo hago obedecer; no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo venga a ser descalificado» (1 Corintios 9:27). Otro texto importante que se relaciona con la posibilidad de perder la salvación se encuentra en el libro de Hebreos:

Por tanto, dejando las doctrinas elementales de Cristo, sigamos adelante hasta la madurez sin poner de nuevo el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios, de la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno. Y esto haremos si es que Dios lo permite. Porque es imposible que los que fueron una vez iluminados —que gustaron del don celestial, que llegaron a ser participantes del Espíritu Santo, que también probaron la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero— y después recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento puesto que crucifican de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y lo exponen a vituperio (Hebreos 6:1-6).

Aquí tenemos una advertencia solemne: es imposible restaurar a la salvación a quienes han crucificado a Cristo de nuevo. Este pasaje bíblico ha causado una consternación no pequeña en mucha gente. Parece ir en contra del punto central que enseña el Nuevo Testamento sobre cómo Dios preserva a sus santos.

Muchos creen que el autor de Hebreos está refiriéndose a miembros de la iglesia no regenerados. Jesús dijo que su iglesia estaría llena tanto de trigo como de cizaña, en un mismo campo (Mateo 13:24-30). La gente entra a la membrecía de la iglesia y luego la repudia; en ese sentido, se convierten en apóstatas. Se alejan de su profesión de fe original. Pero todavía nos queda la cuestión de si el autor estaba hablando de aquellos cuya profesión original fue genuina o de aquellos que están dentro de la comunidad visible del pacto y que nunca han sido verdaderamente convertidos.

El pasaje de Hebreos los describe como «los que fueron una vez iluminados», ¿pero iluminados hasta qué grado? Los iluminados podrían incluir los no convertidos que asisten a la iglesia, y escuchan la lectura y predicación de las Escrituras. Hebreos se refiere a los iluminados como aquellos «que gustaron del don celestial, que llegaron a ser participantes del Espíritu Santo, que también probaron la buena palabra de Dios». Eso se aplica a gente que asiste a la iglesia, independientemente de la conversión. Los asistentes a la iglesia literalmente gustan los sacramentos y oyen la Palabra de Dios; están inmersos en los caminos de la fe cristiana. De modo que «los iluminados» podrían haber sido miembros de la iglesia que nunca fueron convertidos.

Sin embargo, creo que el autor de Hebreos no está describiendo simplemente a miembros de iglesia sino a creyentes reales porque todos los que se arrepienten en el sentido verdadero son personas regeneradas. Hay arrepentimiento falso, como el arrepentimiento de Esaú en el Antiguo Testamento, pero el arrepentimiento genuino produce renovación genuina como fruto de la regeneración. Así que ya que la epístola dice que es imposible renovar a la gente otra vez al arrepentimiento, claramente indica que hubo un tiempo en que esas personas fueron renovadas por el arrepentimiento, indicando así que se trata de creyentes.

Sin embargo, no creo que este pasaje bíblico derrumbe la doctrina de la perseverancia de los santos. Debemos considerar la razón por la cual el autor proclamó esta solemne advertencia. No sabemos quién escribió este texto o por qué, pero la congregación a la que se dirigía obviamente enfrentaba un problema serio. Los eruditos han especulado que el problema era la persecución y por esa amenaza los creyentes estaban negando la fe. Esa es una posibilidad. Además, la iglesia del primer siglo se enfrentaba a herejías judaizantes que dividían a la iglesia primitiva. La carta de Pablo a los Gálatas se refiere a este tema, así como otros libros del Nuevo Testamento. Los judaizantes insistían en que los gentiles convertidos tenían que abrazar el judaismo del Antiguo Testamento, incluyendo la circuncisión. Pablo luchó valientemente contra esa enseñanza. Les escribió a los gálatas:

Porque todos los que se basan en las obras de la ley están bajo maldición, pues está escrito: Maldito todo aquel que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la Ley para cumplirlas. Desde luego, es evidente que por la ley nadie es justificado delante de Dios, porque el justo vivirá por la fe. Ahora bien, la ley no se basa en la fe; al contrario, el que hace estas cosas vivirá por ellas. Cristo nos redimió de la maldición de la ley al hacerse maldición por nosotros (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado de un madero), para que la bendición de Abraham llegara por Cristo Jesús a los gentiles, a fin de que recibamos la promesa del Espíritu por medio de la fe (Gálatas 3:10-14).

La comunidad apostólica argumentaba bien en la forma reductio ad absurdum (reducción al absurdo); en otras palabras, tomaban las premisas de sus oponentes hasta sus conclusiones lógicas para mostrar que solo llevaban al absurdo. Si en Hebreos 6 también se trata de la herejía judaizante, el autor está escribiendo de manera similar a la forma en que Pablo escribió en Gálatas. Está diciendo que si sus lectores quisieran regresar a la circuncisión estarían en efecto repudiando la obra consumada de Cristo, y si repudiaran la obra consumada de Cristo, ¿cómo podrían ser salvos? No habría manera en que pudieran salvarse porque estarían regresando a abrazar la modalidad antigua, obstruyendo el camino de la restauración. Creo que el autor de Hebreos está dando esa clase de argumento reductio ad absurdum-, creo que estp se puede detectar en el versículo 9: «Pero aunque hablamos así, oh amados, en cuanto a ustedes estamos persuadidos de cosas mejores que pertenecen a la salvación» (Hebreos 6:9, énfasis añadido). El autor aclara aquí que sus palabras en cuanto a la salvación son una manera de hablar. A fin de cuentas, tiene confianza de cosas mejores para ellos, cosas que pertenecen a la salvación, y lo que pertenece a la salvación es la perseverancia.

GUARDADO POR CRISTO

Todo cristiano es capaz de tener una caída seria y radical. La cuestión es si un creyente verdadero puede tener una caída completa y final. Judas era un miembro de la comunidad apostólica, un discípulo de Jesucristo, pero traicionó a Cristo por treinta piezas de plata y luego se ahorcó. Jesús dijo que Judas desde el principio era un diablo (Juan 6:70). Él predijo su traición: «De cierto, de cierto les digo que uno de ustedes me va a entregar» (Juan 13:21). Luego identificó a Judas como el traidor, diciéndole: «Lo que estás haciendo, hazlo pronto» (v. 27). En esa misma oportunidad predijo la negación de Pedro, y Pedro protestó con vehemencia. Jesús lo miró y le dijo: «Simón, Simón, he aquí Satanás me ha pedido para zarandearte como a trigo. Pero yo he rogado por ti, que tu fe no falle. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos» (Lucas 22:31, 32). Jesús no le dijo a Simón Pedro: «Si vuelves»; le dijo: «cuando hayas vuelto». Simón pertenecía a Cristo. Él cayó radicalmente, pero la obra intercesora de Cristo estaba en efecto de modo que Simón no se perdió.

En su oración como Sumo Sacerdote, Jesús rogó no solamente por sus discípulos de aquel tiempo, sino por todos los que habrían de creer —eso nos incluye a nosotros— para que no se pierdan (Juan 17:11, 15, 24). Nuestra confianza en la perseverancia de los santos no descansa en la carne. No debemos ser como Pedro, que tenía tanta confianza en su propia fuerza que protestó y dijo que nunca negaría a su Señor. La única razón por la que podemos perseverar es porque Dios nos guarda. Si de nosotros dependiera, podríamos caer en cualquier momento; Satanás podría zarandearnos como a trigo. Nuestra confianza en el capítulo final de nuestra salvación descansa en las promesas de Dios de terminar lo que ha comenzado. Descansa en la eficacia de nuestro gran Sumo Sacerdote quien intercede por nosotros todos los días. Él nos guardará. 

Fuente: TODOS SOMOS TEOLOGOS Una introducción a LA TEOLOGÍA SISTEMÁTICA, R.C. Sproul, Editorial el Mundo Hispano, El Paso, TX, 2015.

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