Aconteció en aquellos días que salió un edicto de parte de César Augusto para levantar un censo de todo el mundo habitado» (Lucas 2:1). Al comienzo de la narración de Lucas sobre el nacimiento de Jesús se señala la autoridad de César Augusto, uno de los gobernantes más poderosos del mundo antiguo. Cuando un gobernante como el César emitía un decreto, la orden se imponía sobre todos los que estuvieran bajo su dominio. El decreto del César fue la razón por la que Jesús nació en Belén. Sin embargo, mucho antes que César Augusto pensara emitir un decreto que haría que José y María tuvieran que viajar a Belén, Dios había emitido el decreto que haría que el Mesías naciera ahí. Más allá de los edictos de reyes y emperadores, siempre está el decreto del Dios todopoderoso.
Los teólogos se ocupan de los decretos divinos porque sabemos que Dios es soberano. Su soberanía involucra su autoridad y gobierno sobre todo lo que ha creado. Dios gobierna al universo; por eso cuando emite un decreto según su consejo y plan eterno, ese decreto se efectúa sin falta.
PREDESTINACIÓN
Las Escrituras revelan muchos aspectos de los decretos eternos de Dios, pero los que han provocado mayor controversia tienen que ver con su plan de salvación; principalmente, el decreto de la elección. En este capítulo vamos a tratar la predestinación, una doctrina difícil. Tal vez la palabra predestinación provoca más discusión teológica que cualquier otra palabra de la Biblia.
Cuando nos embarcamos en un viaje tenemos un destino planeado, un lugar al cual esperamos llegar con seguridad. Hablamos de nuestro «destino» cuando nos referimos al lugar a donde nos dirigimos en el viaje. Cuando la Biblia le añade a esa palabra el prefijo pre-, que significa «con anticipación» o «antes de», está indicando que Dios ha decretado un destino para su pueblo. Pablo escribió:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien nos ha bendecido en Cristo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales. Asimismo, nos escogió en él desde antes de la fundación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha delante de él. En amor nos predestinó por medio de Jesucristo para adopción como hijos suyos, según el beneplácito de su voluntad, para la alabanza de la gloria de su gracia que nos dio gratuitamente en el Amado (Efesios 1:3-6).
Cuando Pablo introduce las ideas de predestinación y elección en este pasaje, habla de nuestra condición bendecida. Pablo no veía la predestinación divina como algo negativo; más bien, dentro de él evocaba un sentido de alabanza y gratitud, y lo movía a glorificar a Dios. Quiere decir que el Apóstol veía la doctrina de la predestinación como una bendición. De hecho es una bendición que también en nosotros debe provocar un sentido de profunda gratitud y alabanza.
Cuando los teólogos reformados hablan de la doctrina de la predestinación, la discusión incluye lo que llamamos las «doctrinas de la gracia». Con la doctrina de la predestinación, tal vez más que con cualquier otra doctrina, se nos confronta con las profundidades y riquezas de la misericordia y gracia del Dios todopoderoso. Si en nuestro pensamiento separamos la predestinación del contexto de esa bendición estaremos luchando siempre con esta doctrina.
Juan Calvino, a quien se le considera el principal entre quienes han formulado la doctrina de la predestinación, decía que esta doctrina es tan misteriosa que debe tratarse con sumo cuidado y con humildad porque fácilmente puede distorsionarse y ensombrecer la integridad de Dios. Si se maneja mal, la doctrina puede hacer que Dios parezca como un tirano que juega con sus criaturas; por así decirlo, que juega a los dados con nuestra salvación. Hay muchas distorsiones de este tipo, y si tú batallas con esta doctrina, no estás solo1. Por otro lado, creo que la lucha vale la pena, porque mientras más sondeamos esta doctrina, más llegamos a ver la magnificencia de Dios y la dulzura de su gracia y misericordia.
Si nuestra teología va a ser bíblica debemos tener alguna doctrina de predestinación porque la Biblia —no Agustín, ni Lutero, ni Calvino— presenta claramente este concepto. No hay nada en la doctrina calvinista de la predestinación que no haya estado primero en Lutero, y no hay nada en la doctrina luterana de la predestinación que no haya estado primero en Agustín, y creo que podemos decir con seguridad que no hay nada en la doctrina agustiniana de la predestinación que no haya estado primero en Pablo. Esta doctrina no tiene sus raíces en los teólogos de la historia de la iglesia sino en la Biblia, que la presenta de manera explícita.
En Efesios 1, Pablo dice que hemos sido bendecidos con «con toda bendición espiritual en los lugares celestiales. Asimismo, nos escogió en él desde antes de la fundación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha delante de él. En amor nos predestinó por medio de Jesucristo para adopción como hijos suyos». La predestinación a la que Pablo se refiere tiene que ver con la elección. Predestinación y elección no son sinónimos, aunque están relacionados estrechamente. La predestinación tiene que ver con los decretos de Dios. La elección es un tipo específico de predestinación, y se refiere a cómo Dios escoge a ciertas personas en Cristo para ser adoptadas en la familia de Dios, o más sencillamente, para ser salvas. Desde un punto de vista bíblico, Dios tiene un plan de salvación en el cual, desde la eternidad, ha elegido a quienes han de ser adoptados en su familia.
Casi todos los autores que tratan la predestinación y los decretos eternos de Dios concuerdan en que la elección es para salvación y en Cristo, pero hay dos temas en discusión que surgen en este punto. El primero involucra lo que los teólogos denominan «reprobación», que tiene que ver con el lado negativo de los decretos de Dios. La cuestión simplemente es esta: si Dios decreta que algunos sean elegidos para salvación, ¿no significa esto que algunos no han sido elegidos y, por lo tanto, están entre los reprobados? Aquí es donde entra el asunto de la doble predestinación. El otro tema controversia! tiene que ver con las bases sobre las cuales Dios hace su elección para salvación.
EL CRITERIO DE LA PRESCIENCIA
Una versión muy difundida de la predestinación se conoce como «el criterio de la presciencia». La palabra presciencia contiene el vocablo ciencia, que proviene de la raíz latina de la palabra conocimiento. También tiene el prefijo pre-, que significa «de antemano» o «desde antes». La visión de presciencia sostiene que la elección de Dios se basa fundamentalmente en el conocimiento previo que él tiene de lo que la gente hará o no hará. De acuerdo con esta idea, Dios en la eternidad pasada miró hacia los pasillos del tiempo y vio quién reconocería a Cristo y quién lo rechazaría y, basado en ese conocimiento previo, decidió adoptar a quienes ya sabía que tomarían una buena decisión. De modo que, a fin de cuentas, Dios nos eligió sobre la base de su conocimiento de que nosotros lo elegiríamos. En mi opinión esto no explica la doctrina bíblica de la predestinación. Francamente, pienso que más bien la niega porque, según entiendo, las Escrituras están diciendo que nosotros lo elegimos a Dios porque Dios nos eligió primero. Además, nos enseña que la predestinación se basa exclusivamente en que así le agradó a la voluntad de Dios.
Pablo dice en Efesios: «…nos predestinó por medio de Jesucristo para adopción como hijos suyos, según el beneplácito de su voluntad, para la alabanza de la gloria de su gracia…» (1:5). Aquí vemos la razón por la que Dios actúa: para su gloria. La meta final de los decretos de Dios es la gloria de Dios, y las decisiones y elecciones que realiza en su plan de salvación están basadas en el beneplácito de su voluntad.
La objeción típica en este punto es la siguiente: «Si Dios elige a uno y no a otro independientemente de lo que estos hagan, ¿no se trata entonces de un acto caprichoso y tirano?». Pablo dice que la elección viene del beneplácito de Dios; no existe nada de mal placer en la voluntad de Dios. Todo lo que Dios elige está basado en su rectitud y bondad intrínsecas. Dios no toma malas decisiones ni hace nada malo, y por eso Pablo alaba a Dios por su plan de salvación.
LA MISERICORDIA DE DIOS
Lo que Pablo sugiere aquí en Efesios 1 lo desarrolla más plenamente en su epístola a los Romanos, particularmente en Romanos 8—9:
Y no solo esto, sino que también cuando Rebeca concibió de un hombre, de Isaac nuestro padre, y aunque todavía no habían nacido sus hijos ni habían hecho bien o mal —para que el propósito de Dios dependiese de su elección, no de las obras sino del que llama—, a ella se le dijo: “£/ mayor servirá al menor», como está escrito: A Jacob amé, pero a Esaú aborrecí (9:10-13).
Pablo está diciendo aquí que Dios tomó una decisión de redimir a Jacob pero no a Esaú. Ambos eran hijos de la misma familia; de hecho, eran mellizos. Dios, desde antes que nacieran, antes que alcanzaran a hacer bien o mal, declaró que daría su amor benevolente y complaciente a uno y no al otro.
Pablo continúa: “¿Qué, pues, diremos? ¿Acaso hay injusticia en Dios?» (v. 14a). El punto es crítico. Cuando la gente descubre que la predestinación está enraizada en el beneplácito soberano de Dios, comúnmente surge la pregunta sobre la justicia de Dios. Pablo se anticipa a esta objeción; retóricamente se hace a sí mismo esa pregunta. Luego da su respuesta sin ambigüedades: “¡De ninguna manera!» (v. 14b). En otras traducciones dice: “¡Claro que no!» (DHH); “¡De ningún modo!» (BA). Luego Pablo nos recuerda la enseñanza del Antiguo Testamento: “Porque dice a Moisés: Tendré misericordia de quien tenga misericordia, y me compadeceré de quien me compadezca» (v. 15). Pablo señala que es prerrogativa soberana de Dios dispensar su gracia y misericordia de la forma en que Dios elija hacerlo.
Cuando tratamos sobre la justicia de Dios en otro capítulo notamos que todo lo que esté fuera de la categoría de justicia es no justicia. Tanto la injusticia como la misericordia caen fuera de la categoría de justicia, pero la injusticia es mala y la misericordia no. Cuando Dios miró al género humano, raza de seres humanos depravados y caídos viviendo en rebelión contra él, decretó que daría misericordia a algunos y justicia a otros. Esaú recibió justicia; Jacob recibió gracia; ninguno de los dos recibió injusticia. Dios nunca castiga a gente inocente, pero sí redime a gente culpable. Dios no redime a todos, y no está obligado a redimir a nadie. Lo maravilloso es que Dios redima a algunos.
Luego Pablo da una conclusión: «Por lo tanto, no depende del que quiere ni del que corre sino de Dios quien tiene misericordia… De manera que de quien quiere, tiene misericordia; pero a quien quiere, endurece» (w. 16,18). Pablo no podría ser más claro. Nuestra elección no está basada en nuestra carrera, en nuestros actos, en nuestra elección o en nuestra voluntad; a fin de cuentas, descansa solamente en la soberana voluntad de Dios.
Fuente: TODOS SOMOS TEOLOGOS Una introducción a LA TEOLOGÍA SISTEMÁTICA, R.C. Sproul, Editorial el Mundo Hispano, El Paso, TX, 2015, Pagina 230-235.