Cuando algo inusual, extraordinario o espectacular ocurre entre nosotros, se despierta nuestro interés. A mucha gente le atraen particularmente las manifestaciones extraordinarias de la presencia de Dios. Por esta tendencia en nosotros de gravitar hacia lo excitante, nos concentramos más en los dones del Espíritu Santo que en el fruto del Espíritu. Sin embargo, el objetivo principal del Espíritu Santo es aplicar los frutos del evangelio para cumplir el mandato de Dios: «Porque esta es la voluntad de Dios, su santificación» (1 Tesalonicenses 4:3).
La muestra más grande del progreso de un creyente en las cosas de Dios no es una manifestación espectacular de sus dones, sin importar cuáles son. Alguien puede ser un predicador o maestro excelente pero mostrar muy poca evidencia de crecimiento en su madurez espiritual. Al final de nuestra vida vamos a ser evaluados, no por el número de dones que desplegamos o por los talentos que Dios nos ha dado sino por el fruto que hemos llevado como cristianos.
ANDAR EN EL ESPÍRITU
Pablo habla sobre el fruto del Espíritu en su carta a los gálatas, y comienza de esta manera: «Digo, pues: Anden en el Espíritu…» (Gálatas 5:16). Este es un mandato apostólico. Como cristianos, somos llamados a andar en el Espíritu. Eso no significa que nuestra tarea principal sea vivir en misticismo ni tampoco buscar atajos en la espiritualidad. A lo largo de los años muchos estudiantes me han preguntado: «Doctor Sproul, ¿cómo puedo llegar a ser más espiritual?», o «¿Cómo puedo tener más dones?». Solo un estudiante me ha hecho la pregunta: «¿Cómo puedo llegar a ser más justo?». Pero Jesús mismo dijo: «Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas» (Mateo 6:33). Se nos llama a demostrar crecimiento espiritual, a caminar en el Espíritu de Dios, y esta demostración no se manifiesta en los dones sino en el fruto del Espíritu Santo.
SARX (carne)
Pablo continúa: «Digo pues: Anden en el Espíritu, y así jamás satisfarán los malos deseos de la carne. Porque la carne desea lo que es contrario al Espíritu, y el Espíritu lo que es contrario a la carne. Ambos se oponen mutuamente para que no hagan lo que quisieran. Pero si son guiados por el Espíritu, no están bajo la ley» (Gálatas 5:16-18). Aquí Pablo hace un contraste entre carne y espíritu. La palabra griega que se traduce «carne» es sarx, y la palabra «espíritu» es pneuma. La palabra soma, que comúnmente se traduce como «cuerpo», a veces funciona como sinónimo de sarx; en otras palabras, a veces el término sarx simplemente se refiere al carácter físico o la naturaleza de nuestro cuerpo.
Sin embargo, el Nuevo Testamento frecuentemente usa la palabra sarx para hablar de nuestra naturaleza corrupta, de nuestro estado caído. En una ocasión Pablo afirma: «…y aún si hemos conocido a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos así» (2 Corintios 5:16). La frase que se utiliza aquí es kata sarka, que significa «según la carne» o «de acuerdo a la carne». Pablo estaba diciendo que antes había considerado a Cristo desde una perspectiva impía, mundana. Jesús había dicho: «Lo que ha nacido de la carne, carne es; y lo que ha nacido del Espíritu, espíritu es» (Juan 3:6). No estaba hablando de nuestro cuerpo físico sino de nuestra naturaleza caída, que incluye no solo nuestro cuerpo sino también nuestra mente, nuestra voluntad y nuestro corazón.
Así que cuando encontramos la palabra sarx en el Nuevo Testamento, ¿cómo sabemos si se refiere a nuestra naturaleza humana caída o a nuestras capacidades físicas? En general, cuando vemos la palabra sarx, o «carne», considerada en contraste directo con pneuma, o «espíritu», lo que se está discutiendo no es la diferencia entre el cuerpo físico y el espíritu, sino la diferencia entre la naturaleza caída corrupta y la nueva humanidad regenerada. Claramente este es el caso en Gálatas 5.
FRUTO PODRIDO
Antes que nos explique lo que significa ser guiados por el Espíritu y que nos diga cuál es el fruto del Espíritu, Pablo nos muestra lo que no es el fruto del Espíritu:
Ahora bien, las obras de la carne son evidentes. Estas son: inmoralidad sexual, impureza, desenfreno, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, ira, contiendas, disensiones, partidismos, envidia, borracheras, orgías y cosas semejantes a estas, de las cuales les advierto, como yo lo hice antes, que los que hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios.
Galatas 5:19-21
Este es uno de los pasajes más atemorizantes de la Biblia, porque nos dice claramente que quienes practican estas cosas no heredarán el reino de Dios. Conocemos personas que han hecho profesiones profundas de fe en Cristo pero que luego cayeron en adulterio, o se enredaron en abuso del alcohol, o batallaron toda su vida con el orgullo, las enemistades y los pleitos. Podríamos llegar a concluir que una persona que cae en alguno de estos pecados no tiene esperanza de salvación, pero Pablo no está diciendo que si alguien se emborracha una vez ya no podrá ir al cielo. Está diciendo que si estas cosas definen a una persona, si constituyen un estilo de vida, eso es una indicación de que esa persona está en la carne y no en el Espíritu. En otras palabras, todavía no es regenerada y no será incluida en el reino de Dios. Esto está en contra del antinomianismo, que dice que la gente puede ser regenerada y nunca dar evidencias de ningún tipo de progreso en su vida cristiana. Los antinomianos necesitan leer este texto de Gálatas para ver esta advertencia tan seria de Pablo. Si estos pecados u otros semejantes son parte de tu práctica cotidiana, regular e impenitente, no heredarás el reino de Dios.
FRUTO ESPIRITUAL
En contraste con las obras de la carne, Pablo hace una lista del fruto del Espíritu:
Pero el fruto del Espíritu es: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio. Contra tales cosas no hay ley porque los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Ahora que vivimos en el Espíritu, andemos en el Espíritu. No seamos vanidosos, irritándonos unos a otros y envidiándonos unos a otros.
Galatas 5:22-26
Pablo amonesta a los creyentes para que no caigan en las obras de la carne sino que manifiesten el fruto del Espíritu. Eso nos dice que aun los cristianos tienen que batallar con la naturaleza antigua. Hay un elemento de la carne que se mantiene en el cristiano y que tiene que ser constantemente sometido al escrutinio de la Palabra de Dios y a la disciplina del Espíritu Santo. De esa forma podremos detectar al pecado y huir de él para cultivar la práctica opuesta. Aquello que se cultiva es lo que da fruto, y Jesús dijo: «Así que, por sus frutos los conocerán» (Mateo 7:20).
¿Cómo queremos ser recordados? ¿Queremos que se diga que ganamos mucho dinero, que ganamos muchas batallas o que hicimos hazañas prodigiosas? ¿O queremos ser recordados como gente que manifestó amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio? Estas son las cosas que Dios quiere para nosotros. Son las cosas en las que Dios se deleita, y muchos de nosotros no las tenemos como nuestra prioridad. Por ejemplo, todos sabemos que debemos ser más amables. Aunque se ha escrito mucho sobre este aspecto del fruto, tenemos la tendencia a quedarnos en la superficie en nuestra comprensión de lo que es el amor. El amor en su dimensión espiritual está relacionado estrechamente con todo el resto del fruto.
Hay una diferencia entre el fruto del Espíritu y los dones del Espíritu. En cuanto a los dones del Espíritu, el enfoque de Pablo es la unidad y la diversidad, pero ese no es el caso con el fruto del Espíritu. Cuando él enseña sobre los dones, el énfasis es que el Espíritu distribuye dones individuales a personas particulares para la edificación de toda la iglesia. Una persona puede tener el don de administrar mientras que otra puede tener el don de dar, de enseñar o de ayudar. En cambio, el fruto del Espíritu, en toda su plenitud, se debe manifestar en la vida de cada persona cristiana.
Consideremos cómo deben verse algunos aspectos del fruto del Espíritu en la vida de los creyentes:
Mansedumbre
Hoy en día es común que la idea de gentileza o mansedumbre se asocie con falta de fuerza, pero en realidad una persona mansa es aquella que tiene fuerza pero restringe su uso.
En cierta ocasión conversé con un joven que había sido ascendido a una posición de autoridad en la empresa en la que trabajaba. Sus subordinados se quejaban de su estilo como gerente afirmando que era un tirano. Él me dijo:
—No respetan mi autoridad porque piensan que soy demasiado joven, así que tengo que mostrarles quién manda.
Yo le dije:
—Tienes autoridad, y con esa autoridad tienes poder, y con ese poder viene un alto grado de responsabilidad. Uno de los secretos del liderazgo es que cuando tienes el poder, puedes también darte el lujo de tener gracia. No necesitas ser un tirano. Cuando alguien está inseguro en su posición de poder, fracasa en la mansedumbre.
La mansedumbre o gentileza es como la sensibilidad. Ser manso es usar menos fuerza de la que pudiera usarse en una situación determinada. Podemos seguir el ejemplo de Jesús en este punto, pues él fue extremadamente tierno con los débiles de este mundo. Fue amable con una mujer sorprendida en adulterio, cuando todos los demás ya estaban listos para despedazarla (Juan 8:3-11). Pero cuando los poderosos de su época, los fariseos, venían a él tratando de usar su fuerza, él respondía con gran vigor, firmeza y fuerza. En otras palabras, él era fuerte contra los fuertes, firme contra los poderosos, pero tierno con los débiles. Tenemos la tendencia a pensar que debemos tratar a todos del mismo modo siempre, pero no es así. Debemos aprender a monitorear y moderar nuestra fuerza. Así es como se manifiesta el fruto espiritual de la mansedumbre.
Gozo
El gozo debe ser la marca de la vida cristiana. Como cristianos que caminan en el Espíritu de Dios, no debemos ser quejumbrosos. Sin embargo, el gozo del Espíritu no excluye el dolor ni las experiencias de duelo y aflicción. Lo importante es que en todas las cosas debemos aprender a regocijarnos (Filipenses 4:4). La razón básica de nuestro gozo es nuestra relación con Dios, porque sabemos que la redención que tenemos en Cristo no será amenazada nunca por la pérdida de un ser amado, o de posesiones, o de un empleo, o de cualquier otra cosa. Podemos sufrir toda clase de caídas dolorosas y aflicciones, pero esas cosas no nos roban el gozo fundamental que tenemos en Cristo. Podemos regocijarnos en todas las cosas porque todo lo demás es insignificante comparado con la maravillosa relación que disfrutamos con nuestro Padre celestial gracias a la obra de Cristo a nuestro favor. Pero este gozo tiene que ser cultivado. Mientras más entendemos nuestra relación con Dios, más comprenderemos sus promesas para nuestra vida y nuestro gozo será mayor.
Paciencia
Todo el fruto que Dios nos llama a tener imita el carácter mismo de Dios. Dios es el autor del gozo, es bondadoso y manso, y si alguien es paciente ese es Dios. Dios es lento para la ira. Él no se apresura a juzgar. Dios es tolerante y le da a la gente tiempo para arrepentirse. Debemos imitar la paciencia de Dios.
Bondad
La bondad es una virtud difícil de definir, pero hay un sentido en el que no necesita definiciones porque todos saben lo que es. Ser bondadoso es simplemente ser considerado y mostrar interés genuino por los demás. Este fruto, también, debe ser la marca distintiva de todo creyente.
Con esta breve mirada al fruto del Espíritu podemos ver la prioridad del Espíritu Santo. Esto es lo que Dios desea de nosotros. Lo que agrada o lastima al Espíritu no es tanto lo que hacemos sino lo que somos.
Fuente: TODOS SOMOS TEOLOGOS Una introducción a LA TEOLOGÍA SISTEMÁTICA, R.C. Sproul, Editorial el Mundo Hispano, El Paso, TX, 2015, Pagina 211-216.