EL PARACLETO (EL CONSOLADOR PROMETIDO)

Un punto central de uno de los discursos de Jesús es el odio.

Estamos acostumbrados a pensar en la centralidad del amor en las enseñanzas de Jesús, pero en su discurso del aposento alto Jesús habló del odio que el mundo siente contra él. Por ese odio, Jesús tenía que poner a sus discípulos en alerta de lo que ellos debían esperar de parte del mundo: «Si el mundo los aborrece, sepan que a mí me ha aborrecido antes que a ustedes. Si fueran del mundo, el mundo amaría lo suyo. Pero ya no son del mundo sino que yo os elegí del mundo; por eso el mundo los aborrece» (Juan 15:18, 19). Después Jesús siguió hablando de la persecución.

Pero un poco antes en ese discurso Jesús había dado a sus discípulos la promesa de ayuda divina en medio de la persecución y de todas las tribulaciones de la vida cristiana: el Consolador, o Paracleto, a quien él enviaría para que estuviera con su pueblo en medio de un mundo hostil.

OTRO

Cristo presentó al Paracleto de esta forma: «Y yo rogaré al Padre y les dará otro Consolador [Paracleto] para que esté con ustedes para siempre» (Juan 14:16, énfasis añadido). Note que el Espíritu Santo se presenta como «otro» Paracleto. Obviamente, para que haya otro Paracleto, es porque hubo al menos uno previo. Así que la palabra griega parakletos, o Paracleto, pertenece en primera instancia no al Espíritu Santo sino a Jesús mismo. En el Nuevo Testamento, Jesús se revela como el Paracleto, y el Espíritu Santo es el segundo Paracleto, otro Paracleto junto a Jesús. Hay una gran importancia en esto, no solo en relación con Jesús sino también en cuanto a la persona y obra del Espíritu Santo.

En su discurso, Jesús dijo:

Si yo no hubiera hecho entre ellos obras como ningún otro ha hecho, no tendrían pecado. Y ahora las han visto, y también han aborrecido tanto a mí como a mi Padre. Pero esto sucedió para cumplir la palabra que está escrita en la ley de ellos: Sin causa me aborrecieron.

Pero cuando venga el Consolador, el Espíritu de verdad que yo les enviaré de parte del Padre, el cual procede del Padre, él dará testimonio de mí. Además, ustedes también testificarán porque han estado conmigo desde el principio.

Les he dicho esto para que no se escandalicen. Los expulsarán de las sinagogas y aun viene la hora cuando cualquiera que los mate pensará que rinde servicio a Dios. Esto harán porque no conocen ni al Padre ni a mí. Sin embargo, les he dicho estas cosas para que, cuando venga su hora, se acuerden de ellas, que yo se las dije.

Juan 15:24—16:4

Otro Consolador

El contexto de las palabras de Jesús sobre el envío del Consolador, el Espíritu Santo, es el tema del odio y la persecución anunciada a los discípulos. Históricamente, el ministerio del Espíritu Santo se ha asociado con el consuelo, y le damos el título «Consolador». Este es un aspecto en el que se nos escapa algo muy importante sobre el ministerio del Espíritu.

Friedrich Nietzsche, un filósofo del siglo XIX, criticaba mucho el impacto del cristianismo sobre la civilización occidental. Él declaró que Dios estaba muerto y que había muerto de lástima. Nietzsche aborrecía lo que él consideraba la ética de debilidad propagada por la iglesia cristiana en Europa occidental, con su énfasis en la humildad, la paciencia y la bondad. Él dijo que la humanidad auténtica se encuentra solo en el «superhombre», que expresa la «voluntad de poder». Una persona auténtica, según Nietzsche, es aquella que en última instancia es un conquistador. Él propugnaba una ética de fuerza y machismo. Adolfo Hitler usaba los libros de Nietzsche como regalos de Navidad a sus secuaces antes de su llegada al poder en Alemania.

Así como Nietzsche malentendió la ética cristiana, nuestra cultura ha malentendido gravemente las referencias de Jesús al Espíritu Santo como otro Consolador, otro Paracleto. Cuando pensamos en alguien que trae consuelo tenemos en mente alguien que nos ministra en medio del dolor, alguien que seca las lágrimas de nuestros ojos y nos da consuelo cuando estamos caídos. Pero eso no es lo que Jesús tenía en mente. Por supuesto que el Nuevo Testamento sí enseña que Dios trae consolación a su pueblo. De hecho, el nacimiento de Cristo fue anunciado como la llegada de «la consolación de Israel» (Lucas 2:25), así que no quiero sugerir que el Espíritu Santo no nos ministra en nuestro dolor y nuestra aflicción. Por cierto, él es quien nos da la paz que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7), pero esa no es la idea que Jesús está comunicando aquí.

La palabra parakletos viene de la cultura griega. El prefijo para- significa «al lado de», y lo encontramos en palabras como paraeclesiástico, paralegal y paramédico. Tal vez podemos recordar que ya habíamos mencionado cómo alguien o algo que está en la posición para está junto a otra cosa. La raíz de la palabra parakletos viene del verbo kaleo, que significa «llamar». De modo que parakletos significa literalmente alguien que es llamado a venir al lado de otro. En la cultura griega, un paracleto era un abogado familiar que venía a defender a miembros de la familia acusados de algún delito. El paracleto era el defensor, el que fortalece, el que ayuda a la gente en tiempo de problemas.

Otro abogado

Juan utilizó la misma palabra griega parakletos en su primera epístola pero la mayoría de las traducciones no usan la palabra «consolador» o «ayuda«; la traducen como «abogado«: «Y si alguno peca, abogado [parakletos] tenemos delante del Padre, a Jesucristo el justo» (1 Juan 2:1). Por eso decimos que Cristo fue el Paracleto original. No pensamos mucho en él como nuestro Abogado, pero deberíamos hacerlo. Un «abogado» es alguien que defiende la causa de otro, y esa es la imagen que encontramos en el Nuevo Testamento con respecto a Jesús. Lo maravilloso es que Jesús es tanto nuestro Juez como nuestro Abogado defensor. Cuando vayamos a juicio ante el Dios Altísimo, Cristo estará sentado en la silla del Juez, y al entrar en ese salón, nos daremos cuenta de que el Juez también es nuestro Abogado defensor. Jesucristo es nuestro Abogado defensor, nuestro Paracleto, quien nos defenderá en el juicio ante el Padre.

También necesitamos un defensor en medio de este mundo hostil. Es por eso que en su discurso sobre el odio, la persecución y la aflicción, Jesús prometió enviarnos otro abogado. Él prometió al Espíritu Santo, que será nuestro abogado familiar y estará con nosotros permanentemente. Estará con nosotros animándonos, defendiéndonos, fortaleciéndonos en el fragor de la batalla. La imagen del Consolador no es la de uno que viene a secar nuestras lágrimas después de la batalla, sino que es aquel que nos da fortaleza y valentía en la batalla.

SANTIFICADOR

Pablo escribió que en Cristo somos más que vencedores (Romanos 8:37). La palabra que se usa es hypernikomen, que en latín es supervincemus: «super conquistadores«. No podemos dejar de pensar en Nietzsche cuando leemos eso. Él quería conquistadores. Bueno, los verdaderos conquistadores son los que ha desarrollado el Espíritu Santo.

Una de las formas en que nos fortalece para la confrontación con el mundo es con la verdad. En el discurso en el aposento alto, Jesús dijo:

Todavía tengo que decirles muchas cosas, pero ahora no las pueden sobrellevar. Y cuando venga el Espíritu de verdad, él los guiará a toda la verdad pues no hablará por sí solo sino que hablará todo lo que oiga y les hará saber las cosas que han de venir. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y les hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por esta razón dije que recibirá de lo mío y se lo hará saber.

Juan 16:12-15

Aquí vemos de nuevo que el ministerio del Espíritu Santo es aplicar la obra de Cristo a su pueblo, y lo hace santificándonos, revelándonos la verdad de Dios y viniendo a nosotros con poder. El discurso de Jesús en el aposento alto (Juan 14—16) es una porción sumamente importante del Nuevo Testamento. Es la sesión final de enseñanza que Jesús tuvo con sus discípulos la noche en que fue traicionado, la víspera de su ejecución. En esos capítulos del Evangelio de Juan se nos da más información sobre la persona y la obra del Espíritu Santo que en todo el resto del Nuevo Testamento.

Jesús estaba preparando a sus discípulos para su partida inminente y les estaba ministrando en sus temores:

Estas cosas les he hablado mientras todavía estoy con ustedes. Pero el Consolador, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, él les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que yo les he dicho.

La paz les dejo, mi paz les doy. No como el mundo la da, yo se la doy a ustedes. No se turbe su corazón ni tenga miedo.

Juan 14:25-27

Los discípulos habían sido fortalecidos y animados por la presencia de Jesús, pero ahora él se iría. Con todo, no se quedaron desamparados para defenderse solos. El Espíritu Santo iba a estar con ellos para hablar verdad, para animarles y para guardarles en fidelidad en medio de la tribulación. Cristo cumplió su promesa el día de Pentecostés cuando envió al Espíritu Santo a su pueblo, la iglesia. Así que cuando llegó la persecución, la iglesia de Cristo floreció. Su pueblo estaba consciente de la fuerza que Cristo les había dado para poder ir en contra de un mundo hostil. 

Fuente: TODOS SOMOS TEOLOGOS Una introducción a LA TEOLOGÍA SISTEMÁTICA, R.C. Sproul, Editorial el Mundo Hispano, El Paso, TX, 2015, Pagina 193-197.

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