Cuando Dios creó a los seres humanos no creó simplemente estatuas inertes, como un artista que solo hace que la arcilla o la piedra cambie de forma. Cuando Dios terminó de formar la figura hecha del polvo de la tierra, se inclinó para soplar en su nariz para que el ser humano fuera un ruah viviente, un espíritu viviente (Génesis 2:7; 1 Corintios 15:45). Dios respiró su propia vida hacia dentro del ser humano. Este es uno de los grandes misterios, la vida es el Espíritu Santo. Pablo dijo que en Dios vivimos, nos movemos y somos (Hechos 17:28). Hasta un pagano no puede respirar sin el poder del Espíritu Santo. Aunque la Biblia habla especialmente de Cristo como concebido en el vientre de María por el poder del Espíritu Santo, en un sentido más general nadie es concebido en el vientre de su madre salvo por el Espíritu Santo.
ESPÍRITU DE VIDA
Tanto en hebreo como en griego encontramos un juego de palabras con respecto al concepto espíritu. La palabra griega pneuma, que se traduce «espíritu», también se traduce como «viento» y «aliento». Hay una relación estrecha entre el Espíritu de Dios y el aliento de vida. Sin embargo, la preocupación principal en el Nuevo Testamento sobre la relación entre el Espíritu Santo y la vida no es en cuanto a misma.
Por el testimonio de la Biblia sabemos que la fuente de toda la vida la creación original de la vida sino en cuanto a la energía creativa que se necesita para la vida espiritual. Cristo dijo: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Juan 10:10). Cristo no estaba hablando solamente de bios, la palabra griega que significa «vida» o «seres vivientes«. Cristo usó una palabra diferente, zoe, porque se refería a una cualidad particular de la vida, a un tipo especial vida, la vida espiritual que solo Dios puede dar a quienes están espiritualmente muertos. Jesús dirigió estas palabras a quienes estaban biológicamente vivos pero espiritualmente muertos, a aquellos cuyos signos vitales estaban funcionando pero estaban muertos para las cosas de Dios.
Cristo como el Redentor vino a darnos vida, y la persona de la Trinidad que aplica la obra redentora de Cristo a nuestra vida es el Espíritu Santo. De modo que cuando vemos la obra de la Trinidad, notamos que Dios el Padre inició el plan de redención; Cristo realizó todo lo necesario para efectuar nuestra redención; y el Espíritu Santo aplica la obra de Cristo a nosotros y la hace nuestra impartiendo nueva vida a nuestra alma muerta, lo que los teólogos llaman «regeneración«. El Nuevo Testamento enfatiza que la regeneración es función del Espíritu Santo.
¿Qué es regeneración? El prefijo re- significa «otra vez». Así que regeneración es la repetición de algo original. Podemos repintar una casa, pero hacerlo implica que ya había sido pintada al menos una vez. Así, la regeneración puede ocurrir solo si ya había una «generación» anterior.
En términos bíblicos, esa primera «generación» es el nacimiento físico de un ser humano, pero aunque el humano nace vivo físicamente, nace espiritualmente muerto. Nacemos en estado de corrupción. Pablo escribió:
En cuanto a ustedes, estaban muertos en sus delitos y pecados, en los cuales anduvieron en otro tiempo conforme a la corriente de este mundo y al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora actúa en los hijos de desobediencia.
En otro tiempo todos nosotros vivimos entre ellos en las pasiones de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de la mente; y por naturaleza éramos hijos de ira, como los demás (Efesios 2:1-3).
Pablo no está hablando aquí de muerte física. La muerte a la que se refiere es muerte espiritual. Lo que Pablo enseña aquí es contrario a la creencia popular sobre la relación entre nosotros y Dios que permea nuestra sociedad e incluso nuestras iglesias: la idea de que todos somos hijos de Dios por naturaleza. Muchos creen que toda la gente es parte de la familia de Dios; pero en realidad nadie nace siendo cristiano. Uno puede nacer en una familia piadosa, pero no nace como cristiano. Todos nacemos como hijos de ira. Por naturaleza estamos alienados de Dios, en enemistad con Dios y muertos en nuestro pecado.
Ya que estamos naturalmente muertos para las cosas de Dios, la única manera de llegar a ser cristianos es por medio de la obra del Espíritu Santo que nos vivifica espiritualmente. En Efesios 2, Pablo está escribiendo sobre la regeneración, la resurrección del espíritu humano de su muerte espiritual. Cuando Nicodemo, un líder de los judíos, vino a Jesús, le dijo: «Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro porque nadie puede hacer estas señales que tú haces a menos que Dios esté con él» (Juan 3:2). Nicodemo demostró allí estar en lo correcto, pero todavía no entendía quién era Jesús. Así que Jesús le dijo: «De cierto, de cierto te digo que, a menos que nazca de nuevo, uno no puede ver el reino de Dios» (v. 3). Nicodemo siguió preguntando sobre la enseñanza de Jesús, así que Jesús le dijo: «Tú eres maestro de Israel, ¿y no sabes esto?» (v. 10). Como miembro del Sanedrín, como fariseo, Nicodemo era un teólogo y debería saber estas cosas porque se enseñaban en el Antiguo Testamento. En otras palabras, Jesús no estaba introduciendo una idea nueva. No quiere decir que la gente del Antiguo Testamento se salvaba sin regeneración. Abraham tuvo que haber nacido del Espíritu Santo, como también David y todos los que han sido redimidos. La regeneración es un requisito absoluto para la salvación.
Por eso la frase «cristiano nacido de nuevo» es redundante. ¿Qué otro tipo de cristiano puede haber? Según Jesús, no existen los cristianos no nacidos de nuevo. La razón por la que la gente usa esa expresión hoy en día es para distinguir entre los verdaderos creyentes y los que creen que se puede ser redimido sin ser regenerado. La regeneración es un papel central del Espíritu de Dios tanto en Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. El Espíritu es quien crea un nuevo génesis, quien nos da un nacimiento espiritual.
SUSTENTADOR SANTO
El Espíritu Santo no solamente nos regenera, también es el principal sustentador de la vida cristiana. El Nuevo Testamento enfatiza el papel del Espíritu Santo en la santificación. Él es quien nos moldea en conformidad con la imagen de Cristo y nos nutre para alcanzar la madurez espiritual. De modo que el Espíritu no solo nos vivifica impartiéndonos vida espiritual para que seamos justificados sino que también nutre a quienes ha levantado para vivir espiritualmente durante toda su vida: guiando, influyendo y trabajando en el corazón para que se produzca una verdadera transformación del carácter, de pecadores a santos.
Nota que es el Espíritu el que lleva el título «Santo«. En la Biblia, es evidente que la santidad es un atributo que pertenece por igual a cada persona de la Trinidad, pero específicamente se atribuye al Espíritu debido al ministerio que realiza, la función que desempeña en el plan de redención. El Espíritu es aquel que Dios envía para hacernos santos.
En etapas —comenzando con nuestra regeneración y continuando toda la vida en el proceso de santificación, hasta que culmina en nuestra glorificación— el Espíritu Santo cumple su tarea. El Espíritu Santo inicia el cambio crucial en nuestro carácter, luego lo nutre durante nuestra vida y lo termina al final. Su ministerio es multifacético. Estaba ahí en la creación original, y es el poder de la re-creación. Estaba ahí cuando se nos dio la vida original y está ahí impartiendo vida espiritual. Está en la santificación y estará también en la glorificación.
MAESTRO SANTO
Además, el Espíritu Santo empoderó gente del Antiguo Testamento. Él es quien inspiró las Sagradas Escrituras, la escritura de la Biblia. No solamente inspiró el registro original de las Escrituras, sino que también la ilumina: «...nadie ha conocido las cosas profundas de Dios, sino el espíritu de Dios» (1 Corintios 2:11), de modo que el Espíritu Santo nos ayuda a comprender las Escrituras iluminando la oscuridad de nuestra mente. Él es nuestro maestro supremo de la verdad de Dios. Él es quien nos convence de pecado y de justicia. Él es nuestro Paracleto, el ayudador que Cristo prometió dar a su iglesia.
Fuente: TODOS SOMOS TEOLOGOS Una introducción a LA TEOLOGÍA SISTEMÁTICA, R.C. Sproul, Editorial el Mundo Hispano, El Paso, TX, 2015, Pagina 189-192.