EL ESPÍRITU SANTO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

El evento más significativo de mi vida fue mi conversión. En ese tiempo yo estaba comprometido para casarme, e intenté explicarle a mi prometida con lujo de detalles las circunstancias de mi conversión a Cristo y lo que eso significaba para nuestra relación. Nos comunicábamos principalmente por carta y teléfono porque estábamos en universidades diferentes, y prolongamos esta conversación por muchos meses. Yo sentía que no estábamos llegando a ningún sitio. Finalmente, ella vino a visitarme y decidí llevarla a una reunión de oración. Ese día pasé toda la mañana de rodillas orando por ella y por esa ocasión y, para mi gran deleite, ella se convirtió a Cristo en esa reunión, y seguimos con nuestros planes de casarnos. El día de su conversión, ella me dijo: «Ahora sé quién es el Espíritu Santo». Me pareció una respuesta fascinante a su despertar en Cristo, y durante años he reflexionado mucho en ella. Es importante que dijo: «Ahora sé quién es el Espíritu Santo» y no: «Ahora sé qué es el Espíritu Santo».

Un error muy común en la percepción que el mundo tiene del cristianismo es que el Espíritu Santo es algún tipo de fuerza impersonal o simplemente un poder activo de Dios pero no una persona verdadera, un miembro de la divina Trinidad. Pero Jesús y los apóstoles se refirieron al Espíritu Santo como «él». La Escritura nos muestra que el Espíritu Santo tiene voluntad, conocimiento y afectos, todos los atributos que constituyen a una persona. 

Un punto principal de confusión sobre el Espíritu Santo tiene que ver con las diferencias entre su actividad en el Antiguo Testamento y su obra en el Nuevo Testamento y en la vida de los creyentes hoy en día. La actividad del Espíritu Santo se remonta hasta la creación: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba sin orden y vacía. Había tinieblas sobre la faz del océano» (Génesis 1:1, 2a). Se describe al mundo como oscuro, vacío y sin forma. Cari Sagan, en su libro Cosmos, declara dogmáticamente que el universo es cosmos, no caos. Es la diferencia entre el orden y la confusión1. En categorías bíblicas, es la diferencia entre oscuridad y luz, entre universo vacío de significancia y un universo lleno de los frutos del Creador. En los primeros versículos del libro de Génesis encontramos una proclamación dramática del cosmos, aunque el mundo estaba sin forma y la oscuridad cubría la faz del abismo.

Sin embargo, en la segunda parte del versículo 2, encontramos al Espíritu Santo por vez primera: «y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas». Se movía también se puede traducir como incubaba. Es la idea que se comunica cuando Dios envió al ángel Gabriel a visitar a la jovencita campesina María en Nazaret para decirle que iba a ser madre. María preguntó al ángel: «¿Cómo será esto? Porque yo no conozco varón» (Lucas 1:34). El ángel respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra» (v. 35). El verbo que se utiliza para describir la acción del Espíritu Santo sobre María lleva la misma connotación que el término que se usa en Génesis 1 para describir el poder creativo del Espíritu de Dios. El Espíritu Santo vino a lo que no tenía forma y se movió o incubó. Como una gallina incuba sus huevos para que nazca vida, así el Espíritu produjo orden, sustancia y luz. Dios no es autor de confusión (1 Corintios 14:33). Él no genera caos. El Espíritu de Dios trae orden a partir del desorden; trae algo a partir de la nada; hace que la luz brille en las tinieblas2.

ESPÍRITU DE PODER

En el Antiguo Testamento no podemos dejar de sorprendernos por la majestad y el poder de Dios. Cuando ocurre un terremoto o un tornado vemos imágenes de devastación y nos sentimos sobrecogidos por el poder de la naturaleza. Pero esas cosas no son comparables con el poder trascendente del Señor de toda la naturaleza. Su poder es mayor que todo lo que pasa en este planeta. Vemos cómo se manifiesta ese poder en el Antiguo Testamento principalmente por el Espíritu Santo, que en el idioma griego se denomina la dynamis de Dios. La palabra dynamis se traduce «poder». Es el vocablo de donde proviene la palabra dinamita. El Espíritu Santo se muestra como el Espíritu de poder.

Ya hemos estudiado el oficio triple de Cristo: Profeta, Sacerdote y Rey. Todos esos eran oficios de mediadores y eran oficios carismáticos. No eran los únicos oficios carismáticos; los jueces, que precedieron a los reyes en la historia israelita, también eran líderes carismáticos. El término carismático proviene del griego charisma, que tiene que ver con regalo o don. El Espíritu de Dios vino sobre Sansón, por ejemplo, y este tuvo fuerza para realizar grandes hazañas. Lo mismo pasó con Gedeón y los profetas; el Espíritu Santo vino sobre ellos y los empoderó para el ministerio. El Espíritu Santo también ungió a los sacerdotes y a los reyes para que pudieran realizar sus tareas.

La persona más dotada en el Antiguo Testamento fue Moisés, quien recibió el poder para guiar al pueblo de Dios en su salida de Egipto. Pero Moisés presagió un mejor día cuando todo el pueblo de Dios sería ungido por el Espíritu. En un momento del Antiguo Testamento, después que Dios hubo librado milagrosamente a los israelitas de la esclavitud en Egipto, el pueblo comenzó a quejarse de que para comer no tenían nada más que maná, el pan del cielo que Dios les había provisto en el desierto. Comenzaron a llorar por «los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos» (Números 11:5) que habían disfrutado cuando eran esclavos en Egipto. Sus quejas molestaron a Moisés, y él también comenzó a quejarse: «Yo solo no puedo llevar a todo este pueblo, porque es demasiado pesado para mí. Si así vas a hacer tú conmigo, concédeme por favor la muerte, si he hallado gracia ante tus ojos, para que yo no vea mi desgracia» (w. 14,15). Dios eligió no matar a Moisés; más bien, le proveyó ayuda:

Entonces el SEÑOR dijo a Moisés:

—Reúneme a setenta hombres de los ancianos de Israel, a quienes tú conozcas como ancianos y oficiales del pueblo. Tráelos al tabernáculo de reunión, y que se presenten allí contigo. Yo descenderé y hablaré allí contigo, tomaré del Espíritu que está en ti y lo pondré en ellos. Luego ellos llevarán contigo la carga del pueblo, y ya no la llevarás tú solo (w. 16,17).

Así que Dios les dio a setenta ancianos la misma unción del Espíritu que le había dado a Moisés. Pero, en ese contexto, Moisés dijo: «¡Ojalá que todos fueran profetas en el pueblo del SEÑOR, y que el SEÑOR pusiera su Espíritu sobre ellos!» (Números 11:29).

Solo porque algunos en el Antiguo Testamento fueron ungidos con el Espíritu Santo y empoderados para realizar ciertas tareas no significa que ellos hayan nacido del Espíritu Santo. No eran necesariamente creyentes. Vemos al Espíritu Santo que vino sobre el rey Saúl y luego se fue de él. Vemos la unción de Balaam y de otros que, sin saberlo, dieron profecías bajo la influencia e inspiración del Espíritu Santo, pero esos individuos no eran necesariamente creyentes. En el Antiguo Testamento la unción del Espíritu Santo era un don especial dado principalmente a creyentes, pero no exclusivamente a creyentes. Y la unción del Espíritu no era lo mismo que el don del nuevo nacimiento.

En este sentido observamos algunos paralelismos entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, el empoderamiento del Espíritu se daba solo a individuos aislados: profetas, sacerdotes, reyes, jueces, y a los artistas y artesanos llamados por Dios para diseñar y decorar el tabernáculo. La primera vez que leemos que el Espíritu Santo llenó a una persona fue en el caso de los artesanos y artistas que fueron dotados de manera única por el Espíritu para realizar su trabajo (Éxodo 28:3). El punto crítico es que este don no lo tenían todos en el campamento, no lo tenían todos los creyentes. Era limitado. Pero Moisés esperaba que eso cambiara. Y eso es exactamente lo que sucedió en Pentecostés en el Nuevo Testamento (Hechos 2). 

Fuente: TODOS SOMOS TEOLOGOS Una introducción a LA TEOLOGÍA SISTEMÁTICA, R.C. Sproul, Editorial el Mundo Hispano, El Paso, TX, 2015, Pagina 185-188.

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